martes, 3 de septiembre de 2013

La sombra del pecado tiene luz

Por culpa de Eva, la mujer de Adán, llegué a este mundo con cierta predisposición al sufrimiento.
Consciente de llevar por herencia la sombra del pecado sobre mi conciencia, y muy disciplinada, “penaba” de forma constante, tal como se esperaba de mí. La angustia vital y mi persona éramos un todo indisoluble.
Tal vez la pena llegó a ser tan honda que la misma intensidad del sentimiento fue lo que provocó la catarsis.
Comencé a investigar en el placer y el padecer, ambos me condujeron de manera irremediable hacia el dolor, por lo que concluí que era en el propio dolor, en el que se encontraban las claves del saber vivir.
Descubrí que si bien tal sentimiento era inevitable, no lo era así el sufrir.
El sufrimiento podía ser eludido de manera consciente una vez descubierta la adecuada relación con el dolor. Aprendí que el problema era, precisamente, oponer resistencia y que la solución llegaba mediante la aceptación. Surgió de esta manera un incontrolable llanto con el que sentía que me iba desprendiendo de la pesadumbre acumulada durante casi cuatro décadas.
Empezaron a aparecer respuestas para las que ni siquiera se habían formulado preguntas.
Desperté a una nueva sensibilidad.
Y en estos momentos me atrevo a asegurar, sin ánimo de ofender a los más escépticos, que en este lugar en el que contraemos deudas, enfermedades y compromisos, existe por otra parte la posibilidad de coquetear con algo parecido a la felicidad.
Si quieres saber cómo, te lo cuento.