domingo, 19 de enero de 2014

Regreso a casa

Te cuento que me gustaba vivir intensamente y que también sufría con intensidad.
"Son los dos lados de la misma tela" - exclamaría el sabio.
Me casé con un hombre que odiaba una vida gris. Me abandonó este hombre, no pude amarle.
Conocí más tarde la noche, los garitos de moda. Mamá, cuídame a los niños. Gracias. Tengo que salir de casa, es viernes por la noche y estoy sola. Conocí, de lejos, el ansiado paraíso. De lejos fue, tuve la suerte (que entonces era maldición) de no medir quince centímetros más, de no ser tan guapa como ellas, las que podían elegir entre modelos y jugadores de la NBA. Yo estaba allí, sin embargo, con el vaso de whisky en la mano, observando, escondida detrás de mi aspecto "normal". Podía verles bailar, en el centro del local, moviendo con sensualidad dos metros de estatura, camisa y dientes blancos, brillando en la oscuridad. Entran las más atractivas, cocaína, ansiedad, movimiento de caderas, brazos y piernas. Me salvó no ser tan guapa como ellas. El edén se convertíría en infierno.
Odiaba las noches de Madrid con pase VIP, pero tenía que huir de la vitalidad de mis hijos, de su alegría, de la cotidianidad. Buscaba en la noche mi salvación, como hizo mi padre.
Flamenco, fuego, danza de tambores, vestidos étnicos, seducción... Solo quería sentirme viva.
Respiración holotrópica, antifaz y música que mueve las entrañas. No fumar, no beber, no comer animales, no tomar productos lácteos, no dormir, meditación, instrospección. Un maestro, dos maestros, tres maestros... ¡YA BASTA!
¡Ah, poderosa mente, de nuevo me engañas!
Rendida, emprendo el camino de regreso a casa.
¿Sabéis? ahí fuera no hay nada. Era solo un espejismo.
¿Desde cuándo brilláis de esta manera?, ¿qué está ocurriendo?...
Papá, no te lo vas a creer, al fin encontré el paraíso: la luz tenía que proyectarla yo.