miércoles, 2 de septiembre de 2015

Amar sin tanta lógica

Me recomendó el osteópata que nadara a espalda para mejorar de una molestia en una vértebra dorsal ocasionada tal vez por el uso inadecuado de una cinta elástica utilizada con la intención de mantener en forma ciertos músculos, con el propósito de que mi cuerpo no perdiera la forma necesaria para evitar el deterioro ocasionado por el "indebido" paso del tiempo, el cual  tal vez no debería estar diseñado para provocar desmanes en la fisonomía del cuerpo humano- pero este asunto sería para tratarlo en otro momento- el caso es que como consecuencia de tal técnica natatoria se ha introducido cierta cantidad de agua en mis oidos que me ha obligado a ir al médico de cabecera que me sugerió que fuera al otorrinolaringólogo, quien tras la disolución de los tapones auditivos me introdujo un tubito por la nariz  para ver mis cuerdas vocales comentándome a continuación que tenía el esófago inflamado, probablemente por exceso de ácido en el estómago, recetándome unas pastillas durante tres meses, y tras consultar los efectos secundarios de dicho medicamento, opté por evitar la ingestión de las mismas e indagar por mi cuenta en el citado exceso de ácido, concluyendo que me enfado demasiado con el mundo porque no sé amar.
La vida, que es compasiva, me conduce en el mes de agosto al interior de una casa en la que he convivido con unas treinta personas durante siete días que me han amado de forma concluyente y aún no sé por qué.
Y sin respuesta a tal pregunta he dispuesto amar yo también sin lógica, desestimando los datos que me ofrece el hemisferio izquierdo de mi cerebro- conceptual- y dando rienda suelta al derecho -creativo- de manera que me he apuntado a clases de guitarra flamenca, asunto que interrumpí hace treinta años, con el fin de recuperar mi pasión por la vida, materia que resulta imprescindible para amar de manera espontánea y sin medida.