viernes, 17 de enero de 2014

Permiso para volar

Esta mañana me sentía extraña, con un entusiasmo que no necesitaba ser compartido, era un estado que requería interiorización, por eso se me ocurrió poner música de violonchelo, de violonchelo triste, así se llama mi música preferida. Me senté en un sillón con los ojos cerrados y sucedió algo inesperado: me convertí en "escuchar".
Fue una experiencia nueva. Ahora sé que nunca en toda mi vida había disfrutado realmente de la música, porque hoy sin esperarlo, mi cuerpo se convirtió en una cuerda más del instrumento que utilizaba el intérprete, vibraba de una manera extraña, y yo (no sé qué parte de mí) entretanto, escuchando con la totalidad de mi ser, observaba cómo la pieza que ejecutaba el músico se entremezclaba con el ritmo de mi metabolismo y no era felicidad lo que sentía porque no había nadie que pudiera sentir nada, solo existían la música y el escuchar, y yo acabé siendo ambas cosas.
Nunca imaginé que pudiera convertirme en cuerda de violonchelo.
Me gustó ser una cuerda y abandonar la mente. ("Sé sin mente" dice el maestro)
Pasadas unas horas y sin ninguna intención, regresé de lo inconcebible y me encontré de nuevo en el pensar. Lo acepté, ¡qué remedio! pero solo como algo transitorio.
¿En qué podré convertirme mañana? Una vez descubierto el camino hacia lo inimaginable, mi imaginación se frota las manos entusiasmada.
Me ha pedido permiso para volar y se lo he concedido.