martes, 26 de mayo de 2015

SIEMPRE LA VIDA

Me vigilo muy de cerca, no vaya a ser que de nuevo me dé por olvidarme de mí misma.
Tantos años sin mí, echándome de menos, me han enseñando a apreciar de veras, mi presencia.
Me comparto ahora con todo lo que está vivo, un arbusto en mi jardín es tan yo como estas manos que tratan de describir lo que está suponiendo conocerme.
Me estremece acariciar un árbol, sé de su afán por seguir siendo, anclado al suelo, interactuando con el sol y la tierra, mientras yo, a su lado, trato de no empeñarme en ser una persona; sé que ser alguien es mucho menos que ser todo, y una vez descubierta la totalidad ya no me conformo con menos.
Puedo ser música en el aire y dejar las preocupaciones a ras del suelo. Puedo empezar a percibir lo que más me conviene, que es todo aquello que a ti no te haga daño.
Convivo con un cuerpo capaz de palpitar en presencia de la armonía, ¿por qué negarle tal experiencia?
Saco de mi interior todo lo que poseo para que no enmohezca sin haberlo compartido (aunque el moho y yo somos en realidad lo mismo).
Me chiflo un rato, escucho un par de cuencos tibetanos en mi ordenador con los ojos cerrados y luego regreso a batir un huevo para hacer una tortilla.
No sé por qué estoy viva, pero es emocionante.