martes, 19 de noviembre de 2013

Gracias, cerveza. Adiós, cerveza.

Perdí la pasión por la vida sin darme cuenta. Me quedé en un estado de letargo, viviendo por pura inercia. ¡Bendita Saccharomyces cerevisiae! (humilde levadura que interviene en la producción de cerveza) que me ayudó a revitalizar mi abatido espíritu, incapaz como yo era de desbloquear el taponamiento emocional que se concentraba en mi garganta.
Después de unos cuantos vasos de aquél brebaje amargo, mis pensamientos pesaban menos y los problemas se iban alejando hasta hacerse diminutos y soportables. El nivel de alcohol en mi cerebro era inversamente proporcional a mis penas.
Aún recuerdo la juerga que pasé en la Facultad en unas prácticas de zoología diseccionando un mejillón después de una comida regada con un nutrido número de cañas, todo me hacía gracia, nunca me había divertido tanto en un laboratorio. El profesor es el que no estuvo tan de acuerdo en la manera en que yo investigué en la anatomía del molusco, me llamó la atención unas cuantas veces, algo inaudito dado mi intachable habitual comportamiento de joven educada y siempre adecuada. El alcohol me parecía en aquellos momentos algo increíble, conseguía en una hora lo que un psiquiatra seguro que no hubiera logrado en veinte años. Lo malo era que aquello era transitorio, me daba rabia que Dios hubiera inventado un remedio tan efímero para mi angustia vital. Y es que no era un remedio, era más bien un impedimento para ponerme en contacto con la verdadera causa de mi desolación.
Un buen día conocí la palabra asertividad. Y seguí con la cerveza. Otro día me explicaron su significado. Y continué bebiendo. Un tiempo después comprendí al fin que mi problema era mi incapacidad para expresar lo que pensaba y sentía, y empecé a beber horchata y zumo de melocotón, después de darme permiso para hablar de mí misma hasta quedarme afónica, una vez perdido el miedo a aburrir al personal.
Aprendí que la asertividad es amor en estado puro. Incluso aunque tú me agredas con la palabra yo puedo expresar lo que siento, sin ánimo de ofenderte en modo alguno. Si vuelves a agredirme, yo, con serenidad, te comunico de nuevo mis sentimientos, ajena a tus emociones descontroladas. Nunca me coloco por encima ni por debajo. No me defiendo con pasividad ni te ataco con agresividad, simplemente expreso lo que en ese momento estoy sintiendo, lo que a veces me lleva a observar una intensa rabia que debo descender de cien a cero para llorar a continuación con hipo en tu presencia, eso sí, sin actitud de víctima. No hay reproches, no se necesitan, solo le pongo palabras a lo que mi cuerpo está manifestando. Solo hablo de mí, a ti te dejo en paz, bastante tienes tú, con hacerte cargo de ti mismo.
¡Ay, Nieves!, entonces, ¿tú ya eres asertiva?
Qué va, en absoluto. Me parece casi imposible, pero ese "casi", me hace concebir cierta esperanza.