lunes, 11 de febrero de 2013

¡Gracias Manuel!

¡Nieves, no pienses en el frio, ya verás qué divertido! me gritaba Manuel, mientras corría hacia las olas, un día de niebla en una playa de Asturias. ¡Niebla en la playa, en el mes de junio! Nunca había visto yo nada igual, no se veía a dos palmos de distancia, caminaba a tientas, guiada por las voces del niño, confiando en que me encontraría con el agua unos pasos más allá. Él avanzaba feliz, yo encogida. Manuel tenía entonces diez años. Sufría una enfermedad en la piel, no podía tomar el sol, por eso amaba los días de niebla, porque entonces podía bañarse en el mar, por la mañana. Conseguí meterme en el agua con gran esfuerzo, y acabé entrando en calor, saltando con él las olas, acompañada de sus gritos de alegría. Los dos solos en el mar, rodeados de bruma y estimulados por su risa. Fue uno de esos días que siempre supe que no olvidaría jamás.
Manuel murió a los veinte años, en un accidente de tráfico.
Hoy iba caminando con el aire soplando furibundo en mi contra, encogida como entonces, porque esta noche hacía frio en mi cama, no es que entrara el viento por la ventana, es que soplaba en mi alma, me he levantado con el cuerpo algo cohibido, sintiendo pena...A veces el inconsciente se empeña en hacernos deambular por las tinieblas...Pero el viento me ha traído a Manuel y esa criatura ha vuelto a gritarme: ¡Nieves, no pienses en el frio! Al escucharle, he estirado los músculos y le he sonreido al vendaval, he puesto yo esta vez el entusiasmo...No sé cuánta vida me queda por delante, pero te aseguro Manuel que no me dejaré nunca vencer por la desesperanza.