jueves, 19 de octubre de 2017

A mis alumnos

Treinta y cinco años dedicados a la enseñanza en unas aulas para mí demasiado inmóviles y demasiado cerradas, tratando de mantener despiertos e interesados a cientos de seres humanos complejos, únicos, inolvidables, a los que debía examinar y calificar por medio de números del uno al diez, atentos, observándome, absorbiendo mis palabras y yo su presencia, su entrega, su paciencia... sentados en una silla incómoda, pequeña, tras una mesa incómoda, pequeña, escuchando, leyendo, escribiendo, bostezando, riendo... De lunes a viernes, juntos nueve meses, ellos se van, yo me quedo y al volver a mirar ya no están los que fueron, caras nuevas, gestos nuevos, la misma risa, la misma esencia... y  porque nueve meses es mucho tiempo se van metiendo dentro de mi piel, hago míos su voz, sus gestos, su ropa demasiado usada o sus vaqueros nuevos, su manera tan peculiar de mirar, las preguntas ingenuas, los actos de generosidad, sus derrotas, sus secretos... Treinta y cinco años rodeada de mochilas colgadas de una silla o por el suelo, cuadernos de anillas y libros de texto... Y a punto de despedirme del lugar donde les conocí les cuento que gracias a ellos aprendí a enseñar, que en su presencia surgió la versión más evolucionada de mí misma porque más de treinta miradas simultáneas tienen ¡tanta fuerza!, esas miradas te examinan, te confrontan, y a uno no le queda más remedio que ser mejor de lo que tenía pensado ser, mis palabras tenían la misión de abrir espacios nuevos en sus mentes, de crear asombro, de provocar interés, y es que surgía mi voz gracias a que escuchaban ellos, ¡cuánto aprendí de su silencio!...
Gracias a todos por formar parte de mi vida. Sois un bellísimo recuerdo.