viernes, 8 de mayo de 2015

¡AY, VIDA, QUÉ POCO TE CONOZCO!

¡Ay, vida, qué poco te conozco!, te defino con fecha de caducidad, a ti que inventaste el infinito.
Cuando me instalo en la mente no te siento... ¡Ay, vida! sin ti me muero, pero aprendí a vivir muerta.
A veces te veo, radiante, cuando cierro los ojos y le sonrío a mi suerte. Si los mantengo abiertos, me deslumbras y me pierdo, no soy capaz de asumir lo que no entiendo. Para mitigar mi pena, un músico me cuenta con sus palabras de viento, que no es en el pensar donde voy a encontrarte. Vuelvo a cerrar los ojos y ahí estás, sosteniendo mi cuerpo en el aire, tratando de moverme al ritmo de la sencillez.
¡Ay, vida,  matemáticas, armonía!, tú me enseñas a despejar toda incógnita, basta con que yo me vuelva ingeniosa y leve. Perspicaz e inteligente, si te contemplo.
Te abandoné, me engañó la mente. Te quedaste tan cerca, esperándome, que solo he tenido que mover un milímetro mi cabeza para volver a respirarte.
¡Ay, vida!, tú que sabes hablar idiomas y silencio, bailar y detener el tiempo, enséñame a aprender a conocerte.