martes, 3 de septiembre de 2013

La sombra del pecado tiene luz

Por culpa de Eva, la mujer de Adán, llegué a este mundo con cierta predisposición al sufrimiento.
Consciente de llevar por herencia la sombra del pecado sobre mi conciencia, y muy disciplinada, “penaba” de forma constante, tal como se esperaba de mí. La angustia vital y mi persona éramos un todo indisoluble.
Tal vez la pena llegó a ser tan honda que la misma intensidad del sentimiento fue lo que provocó la catarsis.
Comencé a investigar en el placer y el padecer, ambos me condujeron de manera irremediable hacia el dolor, por lo que concluí que era en el propio dolor, en el que se encontraban las claves del saber vivir.
Descubrí que si bien tal sentimiento era inevitable, no lo era así el sufrir.
El sufrimiento podía ser eludido de manera consciente una vez descubierta la adecuada relación con el dolor. Aprendí que el problema era, precisamente, oponer resistencia y que la solución llegaba mediante la aceptación. Surgió de esta manera un incontrolable llanto con el que sentía que me iba desprendiendo de la pesadumbre acumulada durante casi cuatro décadas.
Empezaron a aparecer respuestas para las que ni siquiera se habían formulado preguntas.
Desperté a una nueva sensibilidad.
Y en estos momentos me atrevo a asegurar, sin ánimo de ofender a los más escépticos, que en este lugar en el que contraemos deudas, enfermedades y compromisos, existe por otra parte la posibilidad de coquetear con algo parecido a la felicidad.
Si quieres saber cómo, te lo cuento.



domingo, 1 de septiembre de 2013

El primer beso

Fui una adolescente más bien circunspecta. No dejaba traslucir mis estados afectivos, me mantenía reservada y digna.
Hasta el primer beso. En el transcurso de tal experimento, ascendió por mi columna vertebral la energía equivalente a la que pudiera necesitar, para el despegue, un boeing 747. Se abrieron de sopetón todos mis chakras, arrasé con el depósito de enforfinas disponibles y comencé a ensayar un nutrido número de estrategias destinadas a conseguir candidatos con los que compartir tan satisfactoria experiencia. Lo demás, mi aburrida vida anterior a tal descubrimiento, ya no tenía sentido.
El movimiento del pelo, ladeando con sensualidad la cabeza, el tamaño de la falda, rozando el límite de lo imposible, la postura de la mano que sujetaba el cigarro, el desdén, la aparente indiferencia, todo se conjugaba para lograr el impacto deseado: una mirada detenida en mi anatomía, que presagiaba el soñado encuentro.
Algunos chicos besaban bien. Otros muy mal. Y solo unos pocos, te transportaban al edén.
La madurez me obligó a renunciar a dichos ensayos. Había que casarse y sentar la cabeza. La mía nunca llegó a sentarse del todo y la separación, dramática en un principio, me permitió sin embargo, retomar el delicioso placer del ardiente beso.
Hay quien prefiere un chicle de sandía, unas fresas con nata o un capuchino.
Mi amiga Belén dice que ella disfruta más con un trozo de chocolate de almendras.
¡Ay, Belén, qué mal te han besado!