lunes, 21 de octubre de 2013

¿A dónde vas tan deprisa?

Mis días eran demasiado largos, cuando tenía alrededor de dieciocho años. Compraba una agenda y me desesperaba no tener nada que anotar en ella. Observaba con desgana los apuntes de bioquímica o de microbiología que tenía delante y si aún quedaban unos cuantos días para el próximo examen, una extraña laxitud me impedía hacer el movimiento de pasar las hojas. Miraba el reloj, esperando la hora de algún programa en televisión. Abría el frigorífico y comía sin ganas un trozo de queso. Miraba de nuevo la agenda. Me asomaba a la ventana. Nunca pasaba nada.
Unos años después, una amiga mía se reía comentando en una reunión de amigas comunes, una anécdota que le había ocurrido conmigo: Llamo a Nieves y le pregunto: "¿Podemos vernos esta tarde?, ¿paso por tu casa alrededor de las cinco y tomamos algo?, y va ella y me contesta: " Vale, pero, ¿a qué hora te irías?.
En la misma época, una mujer que pasaba por serios apuros económicos, observando mi estrés cotidiano, me hizo el siguiente comentario: "Yo seré pobre en relación al dinero, pero tú eres pobre en tiempo y no sé yo que es peor.
La odié durante unas décimas de segundo, pero tenía razón. No era pobre, era pobrisima.
Un fisioterapeuta que me trataba una lumbalgia comentó: "Tienes los talones de los pies agrietados, ¿no te echas crema hidratante en el cuerpo? y yo le respondí: "Sí suelo echarme crema en el cuerpo después de la ducha pero en los pies no, están muy lejos y no tengo tiempo, jajaja..."
Los tres me aleccionaron vivamente sobre la necesidad de cambiar mi forma de vida, y yo seguí corriendo a toda velocidad hacia un lugar al que nunca llegué, y entre medias me atropelló un coche, me empotré contra la puerta del garage de mi casa y estuve un año de baja con un diagnóstico de ansiedad por exceso de actividad física y mental.
Una vez conocidos el aburrimiento máximo y la extrema velocidad, investigo en la existencia de un punto de equilibrio entre ambos. Es una experiencia escurridiza, en cuanto me descuido estoy fuera, asoma el aburrimiento la cabeza y yo salgo disparada hacia una estimulante actividad.
Dicen que cuando un alumno zen es capaz de hacer trescientas respiraciones conscientes estando totalmente presente, esto indica que ha alcanzado el estado de iluminación.
Termino esta frase y me voy a respirar. Si no contesto al teléfono o a un whasApp es que estoy en mitad de las ciento cuarenta y cuatro, que parece ser la fase previa. Las trescientas las dejo para un poco más adelante, cuando tenga más tiempo, jaja...
(Si me ilumino te lo cuento)