lunes, 3 de febrero de 2014

Vivir sin agravios

Me llamas esta mañana para contarme un encuentro (más bien desencuentro) con un compañero de trabajo, amigo tuyo.
Le has reprochado (en presencia de otros) cierta actitud suya del viernes pasado, y se ha ido enfadado diciéndote que no soporta a la gente que reacciona siempre con suspicacia. A él se le había olvidado la supuesta ofensa de aquél día, y tú la has conservado intacta en el corazón y en la mente durante todo el fin de semana.
He ido al diccionario y he buscado el significado de la palabra suspicacia: "tendencia a sentir desconfianza o ver malicia o mala intención en los actos o palabras de otros".
Hemos llegado a la conclusión tú y yo de que tu actitud es dañina para ti, independientemente de lo que piense o deje de pensar el otro.
Le hemos dado la vuelta a la historia de modo que tu decisión final era ir a verle a su despacho para pedirle disculpas por ser tan suspicaz. Que él pidiera disculpas o no por el agravio, pasaba a ser un asunto secundario.
Hemos concluido que lo importante es sentir paz con uno mismo.

Te cuento que nací con unos ojos muy grandes y no tuve más remedio que ponerme a observar con detenimiento.
Primero cielo y techo desde mi posición yacente y un poco después, ya más tiempo erguida, el sinfin de formas que me rodeaban. Miraba todo sin recelo alguno, ¡qué placer no juzgar lo que estás viendo! no era bonito ni feo, no era grande ni pequeño.
También nací dispuesta a escucharlo todo. Sin concepto alguno fui descubriendo sonidos y silencios.
Y ahora, al escuchar tu relato, convertida yo también en suspicaz y desconfiada, trato de recordar cómo era aquél sentir sin valoración y sin veredicto, y llego a la conclusión de que es absurdo conservar cualquier atisbo de amargura debido al proceder ajeno. El corazón se resiente y nadie obtiene ningún tipo de beneficio.

-Estaba dispuesta a estar enfadada una semana y al final voy a decirle que lo siento. Si lo sé no te llamo, jaja...