Me declaro excéntrica. Me retiro del centro desde el que pensé que era pensar lo que necesitaba.
Ya no admito
ser un cuerpo que nace, se reproduce y muere.
No creo en un
tiempo lineal que se mueve hacia delante.
Discrepo de la
mayor parte de lo que escucho.
Me muevo en
círculos alrededor de un par de ideas inquietantes para un ego que no admite ser aniquilado.
Me mantengo
expectante ante el sorprendente planteamiento de que mi única función aquí sea ser
feliz.
Mi concepción
de la felicidad ha girado tres veces, trescientos sesenta grados. Ahora es una posibilidad
que revolotea a veces alrededor de mi cabeza y hace que por ejemplo una hormiga, se detenga
a mirarme complacida.
Osaría decirte
que tú y yo procedemos de una misma célula que se diversificó para conocerse sin límites.
Memoricé mil
géneros y especies de plantas y animales para aprobar unas asignaturas. Olvidé sus nombres pero accedí a
amarlos a ambos, cuando los sentí hermanos.
Di en hablar
demasiado y mi voz se fue quebrando. La música que alguien compuso sin
mediar intelecto, se coló con suavidad en el lugar que antes ocupaban
las vanas palabras.
Me jubilo de una mujer muy seria que anhela la jubilación. La niña que soy y fui sabe muy bien cómo divertirse en el trabajo.
A veces regalo tiempo. A cambio se me concede que Paganini con un solo de violín aniquile el devenir de los acontecimientos.
Me volví agradecida y el agradecimiento me condujo hacia un ventanal desde el que podía contemplar el mundo tal como es visto desde arriba, con las emociones allá, al fondo, haciendo de las suyas.
Un gran día el de hoy. Mañana, más de lo mismo.