sábado, 31 de agosto de 2013

El viaje

Siempre que podía, viajaba. Necesitaba ver, no sabía qué. Descubrir un valioso secreto que debia poseer alguien, en algún lugar. Estuve en Nueva York, en San Antonio, Texas, en Amsterdam, en Venecia y en Paris; en México, en lisboa, en Londres... No hallaba secreto alguno. Sentía añoranza. ¿Qué era lo que echaba en falta?.
Traté de encontrarlo en aquella hermosa mujer a la que tanto envidié, caminando segura de sí misma bajo las Torres Gemelas de Nueva York, con un traje negro impecable y deportivas en los pies. Lo busqué en la mirada de un atractivo amante, al que seduje con cierta displicencia y una minifalda. Lo busqué en la noche. No lo encontré rodeada de gitanos exaltados, escuchando a su ídolo, el gran Camarón. No pude hallarlo entre las dunas del desierto blanco de Coahuila. Tampoco en la Capilla Sixtina. No parecía encontrarse en mi mejor amiga. Me convencí de que no estaba en el fondo del mar, a veinte metros de profundidad. No era capaz de percibirlo en un concierto de cuencos tibetanos. No lo localizaba tras la ingestión de una dosis masiva de ron añejo. No fui capaz de hallarlo en un amanecer en la cumbre del Teide.
Cerré los ojos, obviando mi capacidad de mirar. Respira y siente- me dijeron. La gran viajera deshizo el equipaje.
Y la eternidad se colocó justo delante.