sábado, 5 de octubre de 2013

¡No sufras, mi niña!

¿Qué es lo peor de todo?- te pregunto- sufro mucho y todo el tiempo- me respondes tú, tienes diecinueve años y una cara preciosa y la verdad es que te sientes como una mierda, según me dices, porque no hay nada en ti que tenga valor alguno, no encajas con nadie ni en ningún lugar, todo esto me lo vas contando según van resbalando un puñado de lágrimas desde tus mejillas hasta el pañuelo que llevas alrededor del cuello y me conmueve el hecho de que no las recojas con un kleenex, las vas dejando caer mientras me miras fijamente al tomar yo la palabra, me resulta fascinante ver esos hermosos ojos anegados en lágrimas que enseguida vierten su contenido para llenarse de nuevo, y te permites estar así, escuchando y llorando sin tratar de no llorar, en un espacio público donde algunos empiezan a mirar sin recato alguno, pero tú estás a lo que estás, sin perder detalle, y aunque siguen tus ojos derramando agua, ahora sonries, debe ser que estoy diciéndote lo que necesitabas oír, y observando el conjunto de tu sonrisa y tu mojada mirada empiezo yo a sentir que me estás regalando algo que no acertaría a explicarte con palabras, como si por medio de ese atisbo de alegría que voy percibiendo en tus ojos, pudiera yo concluir que el sufrimiento por muy tenaz que se muestre, se evapora de repente si uno es capaz de entregarse a un instante de lucidez en compañía de otro, y en el abrazo que me das antes de irte, intuyo que aunque no te conocía hasta hace un rato, estoy casi segura de que no podré olvidarte nunca.