martes, 31 de diciembre de 2013

¿Año nuevo?

Dice un científico: "el tiempo en realidad no pasa, siempre permanece donde está". Por lo tanto no habrá un año nuevo, será el mismo de siempre.
No habría sorpresas si no fuera porque nuestro corazón, a pesar de ser también siempre el mismo, posee la capacidad de expandirse y abarcar nuevos y más elevados sentimientos.
Solo el amor por la vida, cuando es compartido, genera aquello que anhelamos.
Tu corazón lo sabe.

viernes, 27 de diciembre de 2013

El prisma

Dicen que en el centro del pecho tiene el ser humano un prisma de mil caras y que el propósito de esta vida consiste en ir limpiando una a una cada faceta, hasta lograr que todas ellas recuperen el brillo que tuvieron, el cual permanece oculto debido a la pérdida progresiva de conciencia. Se fueron cubriendo de polvo a medida que fuimos involucionando, inmersos en la mente y sus desvaríos.
No es nada fácil eliminar la porquería que se ha ido acumulando con los años, así es que coloco luces y un brillante espumillón en el árbol, envuelvo los regalos en papel de plata, enciendo velitas rojas, y ya está, todo brilla a mi alrededor. Pero... ¡Ay! el prisma aún permanece sin limpiar. Y el dinero no abrillanta, que ya lo he probado, parece que produce destellos, pero al final te das cuenta de que el polvo del cristal sigue en su sitio. El enamoramiento tampoco sirve de nada, tiene solo un efecto transitorio. Ni visitar lugares exóticos, cuando regresas a tu casa, el fulgor desaparece. Entonces, ¿qué?. He pensado que lo que necesito es un abrillantador de sentimientos. Voy a empezar por sacar brillo a la nostalgia, parece ser que a fuerza de frotar, ésta desaparece y se convierte en aceptación. Después continuaré con la envidia que espero se convierta en satisfacción. Luego puliré el rencor que anda algo agazapado y cepillaré con brío el desaliento, para que surja alegría. Que no se me olvide la ira encubierta, y la sensación de pena por mí misma, y...
Te dejo, que como ves tengo mucho que hacer, mil caras son muchas y me deben quedar más de novecientas.
Todo es ponerse.

martes, 24 de diciembre de 2013

La benevolente bondad

Estoy rodeada de bondad. Hay personas buenas en mi casa. Tal vez siempre haya sido asi, y era yo incapaz de verlo:
Esperé la llegada del amor, sentada, arrogante, al lado de mi intransigencia. Esperé que me colmaran de atenciones, mientras les mostraba sus defectos. Esperé un instante perfecto, dando por sentado que nadie daba la talla. Esperé estar en el lugar adecuado, en el momento correcto y me encontré lejos de casa la mayor parte del tiempo. Esperé que tú pudieras contrarrestar mi pena y aunque hubieras podido, no me habría parecido suficiente. Esperé que llegaran tiempos mejores y fueron más de lo mismo. Esperé tener mejor carácter para reirme más tiempo. Esperé que tu cambiaras mi vida, porque incapaz de amar, te hice a ti responsable de mi suerte. Esperé que todos los demás se dieran cuenta de mi necesidad de afecto, mientras mis brazos cruzados se negaban a regalar una caricia. Esperé y esperé que ocurriera algo... Y la benevolente bondad comenzó a tejer una red alrededor de mi persona. La miré de frente y le pregunté por qué lo hacía, me respondió que había llegado el momento de ser solo buena.
Es Navidad. Puede que ensaye su propuesta.

martes, 17 de diciembre de 2013

Siempre era Navidad

Cuando medía algo menos de un metro, siempre era Navidad.
Mi casa, ni grande ni pequeña, las dimensiones exactas para poder jugar. Mis padres existían, eran y estaban, lo supe desde que nací. Mi cuerpo, una maravilla que me desplazaba por este extraño magma de materia y aire. El amor no me rodeaba, lo rodeaba yo a él. Mis hermanos, una prolongación de mí misma, los tres programados para el asombro, hallazgo tras hallazgo. Las moscas, las lagartijas y las hormigas, amadas criaturas, objeto de permanente investigación. Las pompas de jabón, esférico silencio. La recolección de la miel, mi abuela y sus abejas, hermosa danza de determinación y zumbidos. Sentada sobre el antebrazo de papá, descansando del último juego. Entrando y saliendo de un cuento y otro cuento. Los juguetes de los chicos: vaqueros y soldados galopando, y un balón que no bota porque es de fútbol. Globos de gas que viven en el techo. Pelusas bailando si no se limpia. El agua escondida en el grifo. Los mayores arriba, de pie, protegiendo. Abajo, el bendito suelo, para tumbarse a pensar en un nuevo proyecto. Ni mucho ni poco. Simplemente todo. Un único día entretejido con el más allá. Hablo y hablo para escuchar mi voz. Brillan los cristales de las ventanas. Brillan los zapatos frotados después del betún. Brillan mis ojos al despertar y ver.
Todo y yo somos amigos, nacimos a la vez.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Hacer o decir caricias

Me encantó un mensaje que recibí esta mañana: "Llevo unos días en una nube, es probablemente solo azúcar y almendra, pero me ha devuelto una vida que ya no recordaba..." Yo creo que a todos nos faltan mimos, vivimos carentes de ternura, de ahí la nostalgia del azúcar. Dice el diccionario que mimar es hacer o decir caricias con alegría y con la intención de transmitir cariño de forma dulce. Yo podría contar que mis abuelas perdieron primero la alegría y después el marido, en este orden. Y de dulzura nada supieron, aunque una de ellas tuvo una confitería, pero de poco sirvió hacer tanto bizcocho, mi madre y sus hermanos crecieron sin un solo arrumaco. En casa de mi padre no fue muy distinto, eran muchos y cada uno tuvo que vérselas con la vida, no hubo tiempo para zalamerías. Como resultado de esta historia, yo aprendí a argumentar antes que a arrullar. Alguien expresaba el otro día: "Me habría encantado que mi madre hubiera querido celebrar mi cumpleaños con mucho entusiasmo, aunque estuviéramos los dos solos". Es un hombre el que habla, ellos también necesitan mimos. Tú me cuentas que tu padre, casado con otra mujer, le preguntó a ésta: "¿Tú en qué momento dejaste de quererme?", y ella, que al escucharle levantó la vista del periódico, respondió: "¡No digas tonterías!" y continuó leyendo.
¿En qué momento dejamos de demostrar que queremos a alguien? Cuando nos olvidamos de hacer o decir caricias.

viernes, 6 de diciembre de 2013

EXTREMÓFILOS

Cuenta un premio Nóbel que en los manantiales sulfurosos y en las profundidades oceánicas de todo el mundo proliferan unos organismos primitivos denominados extremófilos, en un entorno que la mayoría de los seres vivos encontraría extremadamente hostil. Me encantó esa palabra: extremófilo.
Siento que yo fui extremófila durante gran parte de mi vida. Las aguas sulfuradas y las profundidades abisales del hábitat de estas criaturas podrían asemejarse a ciertos insondables parajes de mi mente por los que deambulé en busca de luz procedente de la superficie.
Salí de allí armada de resignación dispuesta a ser "normófila". No lo conseguí. No es fácil encontrar un lugar idóneo aquí, con todo este barullo de gente. Decidí ser espiritual y pasar de todo.
Me pedí vivir en algún lugar donde sonara un gong llamándome a la introspección, un sitio en el que me sirvieran un plato de arroz integral con verduritas que podría masticar cien veces ( ya que no tendría otra cosa mejor que hacer), meditando, paseando, plantando boniatos y coles de Bruselas... alejada del mundo y sus contradiciones, con unas montañas nevadas de fondo de paisaje, una choza de madera con un catre y un jardín japonés delante. Todo muy limpio y muy ordenado. Y envejecer allí, rodeada de árboles exóticos y niños alegres y poco ruidosos, muriendo un buen día de muerte natural sin sufrimiento alguno, rondando los ochenta, para estar aún de buen ver.
Pero el hombre propone y Dios dispone y a éste último le dio por disponer que siempre tuviera yo unos cuantos a los que cuidar a mi alrededor, por lo que el asunto del retiro "zen" quedó pospuesto hasta nueva orden.
Y en el acto de cuidar me incluí a mí misma, consolé durante varios años a la pobre extremófila y dialogué largo y tendido con la romántica espiritual. No me fui a meditar bajo un sauce llorón, me quedé donde estaba, observando a mi alrededor, con otra mirada.
Continúo ahí. Simplificando al máximo la complejidad.
Mañana, Dios dirá.