lunes, 3 de abril de 2017

Gentil asombro

Le pedí a la vida ser libre. Ella decidió, después de meditar un rato, concederme tal deseo.
Empezó por eliminar de mi espacio vital todo aquello que me impedía disfrutar de una libertad que, según ella, ya poseía.

Me quitó de sopetón la salud, mi mayor apego. Con ella se fueron, uno detrás de otro, los afanes.
Me quedé suspendida en un espacio en blanco que no sabía con qué rellenar (el miedo se ofreció enseguida para introducirse en el vacío, pero decliné su ofrecimiento). Fue tal mi aturdimiento que sin capacidad para actuar fui dejando que la mismísima vida se encargara de mi modus vivendi, mientras mi conciencia iba recuperando su tamaño natural, que resultó ser infinito.
Ya no soy yo. Le he dado tanto poder a la vida que se ha adueñado de todo lo que poseía, incluída mi identidad. Lo bueno es que no hay nadie que eche de menos nada.
¡Ay, Nieves!, palabras y más palabras...
¡Qué va! yo ya no escribo nada. Te lo cuento por si te interesa dejar de leer todo esto. La vida tiene una manera algo peculiar de expresarse, puede producir cierto desconcierto.
A mí me ha dejado, eso sí, la capacidad de asombro. Y eso es lo que tengo ahora entre manos: un gentil asombro permanente.
Pudiera parecer poco, pero es del tamaño de todos tus anhelos.