sábado, 5 de diciembre de 2015

ADULTA INFANCIA

He comenzado por propia voluntad mi camino de regreso a la infancia. No voy a esperar a tener noventa años y perder la cabeza para retomar la espontaneidad.
Ya he explorado suficiente tiempo en la adulta que deseaba ser. He potenciado mi autoestima y confianza.
He dedicado tiempo al saber y al conocer. He edulcorado mi carácter y transformado en cierta medida mi personalidad.
Freud hablaba de "el malestar de la cultura" como una dolorosa obligación de reprimir la espontaneidad infantil.
Yo hubiera hablado también de "el malestar de la incultura" como una desesperante sensación que me provocaban algunos de mis alumnos.
Y sin embargo, tal vez sea gracias a ellos que haya resuelto dedicarme a desaprender.
Quiero experimentar lo que se me antoja una deliciosa sensación: no saber nada después de haber sabido algo.
Saber lo que sé, ya no me hace feliz. Saber más tampoco.
Quiero dejar la mente en suspenso, en un estado de asombro y placentero desconcierto.
Que me cuenten cuentos de realidades superpuestas o paralelas donde yo soy de muchas maneras.
Quiero no saber qué es el tiempo para perderlo entero mirando el desatinado vuelo de un mosquito.
También quiero visionar por última vez el relato de mi vida y empezar a grabar en una nueva cinta una historia mucho más divertida.
Si voy de entierro, poder hablar con el alma del finado y que me cuente el apasionante viaje que está iniciando.
Quiero dormir sin recuerdos y despertar sin deseos.
Y saborear un chocolate sin pensar en el porcentaje de cacao y grasa que contiene.
Quiero que me dé igual si la tierra es redonda o cuadrada.
Conocer el idioma de las células tumorales.
Saber por qué los virus no comen ni respiran.
Quiero que me produzcan ternura tus defectos, que nunca lo han sido.
Conocer el número premiado de la lotería para no comprarlo y que le toque a otro. Yo entretanto dedicarme a ser feliz sin intercambios monetarios.
Acariciar la cara de todos los comensales el día de Nochebuena (eso no, ¡qué vergüenza!). Perder antes el apocamiento que me impide amar sin sonrojo.
Quiero que mi ego sea anoréxico.
Quiero llamarme Inocencia, como mi bisabuela.
Quiero que el sentido del humor recomponga la totalidad de mis pensamientos.

Acariciar la luz. Besar los primeros acordes de una sonata de piano. Tocar el dulzor. Caminar, orgullosa, al lado de un noble pensamiento. Volar en una gota de aire junto a un billón de bacterias que van a comenzar una epidemia. Recorrer el futuro en bicicleta. Utilizar el verbo jugar cada tres frases. Incumplir mis obligaciones las horas pares. Ser un grano de arena en el Everest y rodar montaña abajo. Saber por qué es feliz Stephen Hawking.