lunes, 20 de noviembre de 2017

SOLO EN COMPAÑÍA

Hice un curso de buceo hace unos años. Mi profesor era un atractivo rubio de algo más de cuarenta años, metro ochenta y cinco, engreído y amante de sus propios monólogos. Yo siempre he sido una gran escuchadora. Un día, en una reunión en la que el azar me situó a su lado, según me relataba una vez más un sinfin de anécdotas de su envidiable vida, me quedé mirándole, e interrumpiendo su cháchara, exclamé: "tú y yo nunca podríamos ser amigos". Él, muy sorprendido de que yo tuviera algún tipo de opinión creo que no esperaba que de mi boca saliera sonido alguno me preguntó: ¿Por qué dices eso? Buenoañadí yote conozco bastante bien después de estos meses, tengo muchos datos acerca de tu familia, tu trabajo, tus hobbies preferidos, tus proyectos... pero tú no sabes absolutamente nada de mí. En tu presencia me siento completamente sola.
Lo que ocurrió a continuación fue sorprendente: se puso a llorar. Y de nuevo se explayó en un relato, esta vez se trataba de su infancia y adolescencia; me habló de un padre que nunca le prestó atención, de sus denodados esfuerzos por lograr su aprecio, sentí compasión y volví a quedarme sola. Le interrumpí otra vez y le dije que tenía que irme, él se calló y preguntó de sopetón: bueno, y tú ¿qué me cuentas? No llegué a utilizar mi turno de palabra. Hubiera seguido estando sola.
Fue un gran día, en realidad. Me permitió percibir de qué está hecha la desapacible soledad en compañía.

Características del mónologo: "El monólogo atiende de manera limitada al discurso mismo. El personaje no se dirige a un interlocutor material sino que habla o piensa para sí mismo".

(Unos meses antes, la noche anterior a la inmersión en el mar, este profesor salió de copas hasta la madrugada, bebió demasiado y al día siguiente nos dejó, a los alumnos, un poco abandonados a 20 metros de profundidad; su cuerpo estaba presente pero su "esencia" no le acompañaba).


Hay gente que no te ve, que no te siente. Su existencia es tan perfecta como la de cualquier ser viviente pero yo, gran oreja conciliadora hasta ese día, comprendí que prefiero sin duda el aprecio que me tiene el silencio.
Un pintor amigo mío me decía el otro día: "Cuando entro en una galería y veo que el artista es bueno, que lo que ha tratado de expresar es auténtico, en ese momento sé que él es verdad, hablamos el mismo idioma y es increíble, es como si regresara a casa".

Cuando tú y yo nos comunicamos, regreso a casa.