martes, 14 de marzo de 2017

El recreo

Una amiga me preguntó por teléfono hace unos años: "¿Te apetece que vaya esta tarde a tu casa a tomar un café?". tenía muchas ganas de verla pero tardé unos segundos en contestar, ¡tenía que hacer tantos cálculos!, al final le contesté con otra pregunta: "¿De acuerdo, pero a qué hora te irías?" Ella, que me conocía bastante bien, empezó a reírse y exclamó: ¡Nieves, creo que tienes un serio problema con el tiempo, ja, ja, ja...!
Corroboré dicha cuestión cuando, por la misma época, una mujer que atravesaba serios problemos económicos (después de haber dilapidado, como el resto de su familia, la herencia del abuelo, el multimillonario dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, cuya fabulosa fortuna pude comprobar al visionar algunas fotos del interior del palacio donde vivían, en las que se podía ver de niña a la mujer que ahora tenía delante, con cara de susto y un vestidito de falda almidonada, rodeada de perros afganos, ante una magnífica mesa decorada con vajilla y cubertería de oro macizo- pero esto ya sería parte de otra historia) esta mujer, después de que yo le diera largas una y otra vez respecto a las variadas actividades que me proponía para hacer en común, me dijo algo enfadada: "Nieves, yo seré pobre en dinero pero tú eres pobre en tiempo y yo no sé qué es peor".  
¡Pobre en tiempo!, ¡qué circunstancia tan lamentable! Desde niña miraba de manera compulsiva el reloj que llevaba en la muñeca. Cuentan que los romanos necesitaron medir el tiempo para calcular, entre otras cosas, el espacio dedicado a cada orador y estaba claro que yo necesitaba medirlo para calcular la magnitud de tedio que me esperaba hasta el momento de recuperar la ansiada libertad, al salir del colegio. Media hora de recreo y seis de clase. Proporción inadecuada, a mi entender, para un espíritu libre.
Un tiempo después, me convertí en profesora. De nuevo un timbre me obligaba a entrar o salir del aula cuando el conserje de turno miraba el fatídico reloj. Media hora de recreo y seis de clase. 
Querida Aída, yo no era pobre en tiempo, era pobre en horas de recreo. Horas en las que el tiempo no se mide. Porque cuando el tiempo no se mide, no existe. Y cuando el tiempo no existe solo hay puro gozo de vivir, porque ocurre entonces que uno está embarcado en una actividad tan placentera que no es consciente ni siquiera de ser alguien. Y como no hay un alguien consciente de estar haciendo algo, no hay nadie midiendo el dichoso tiempo. 
Hay que salir mucho más a menudo al recreo.