martes, 17 de diciembre de 2013

Siempre era Navidad

Cuando medía algo menos de un metro, siempre era Navidad.
Mi casa, ni grande ni pequeña, las dimensiones exactas para poder jugar. Mis padres existían, eran y estaban, lo supe desde que nací. Mi cuerpo, una maravilla que me desplazaba por este extraño magma de materia y aire. El amor no me rodeaba, lo rodeaba yo a él. Mis hermanos, una prolongación de mí misma, los tres programados para el asombro, hallazgo tras hallazgo. Las moscas, las lagartijas y las hormigas, amadas criaturas, objeto de permanente investigación. Las pompas de jabón, esférico silencio. La recolección de la miel, mi abuela y sus abejas, hermosa danza de determinación y zumbidos. Sentada sobre el antebrazo de papá, descansando del último juego. Entrando y saliendo de un cuento y otro cuento. Los juguetes de los chicos: vaqueros y soldados galopando, y un balón que no bota porque es de fútbol. Globos de gas que viven en el techo. Pelusas bailando si no se limpia. El agua escondida en el grifo. Los mayores arriba, de pie, protegiendo. Abajo, el bendito suelo, para tumbarse a pensar en un nuevo proyecto. Ni mucho ni poco. Simplemente todo. Un único día entretejido con el más allá. Hablo y hablo para escuchar mi voz. Brillan los cristales de las ventanas. Brillan los zapatos frotados después del betún. Brillan mis ojos al despertar y ver.
Todo y yo somos amigos, nacimos a la vez.