miércoles, 28 de octubre de 2015

NIEVES, ¡PON SENTIDO DEL HUMOR!

Convivo con un hombre que tiene un carácter envidiable. Esta mañana él me sugería que utilizara el sentido del humor ante una cuestión doméstica sin importancia a la que yo concedo tal trascendencia que se diría que está en juego mi permanencia en este mundo.
 Fui al diccionario a buscar la definición de sentido del humor:
" Modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas".
Me quedé pensando en situaciones cómicas o ridículas en mi vida. Recordé de inmediato una escena cuando mis hijos eran pequeños. Estábamos los tres en la cocina, ellos peleándose y moviéndose a mi alrededor, como era habitual. Yo, preocupada por mil cosas- que no tenían nada que ver con mis criaturas-  aproveché su derroche de vitalidad para enfadarme tanto que agarré la botella de agua e hice ademán de darles con ella en la cabeza (la botella era de plástico pero estaba llena) saliendo los dos como alma que lleva el diablo, al tiempo que gritaban: "Vámonos, mami se ha vuelto loca", y sí, era verdad, había perdido la cordura durante unos instantes, pero al asomar y verles a los dos observando mis movimientos, sacando media cabeza desde el quicio de una puerta, me reí con ellos.
Resulto cómica o ridícula muchas veces por ponerme demasiado seria.
Le echo la culpa a las reverendas Dominicas de la Anunciata que obligaron a aquella  niña morenita con dos trenzas y baby de rayas a permanecer sentada seis o más horas diarias en una silla cuando lo que hubiera deseado era sentarse al lado de un sabio, bajo un sauce, para aprender acerca de la vida viendo pasar las estaciones.
Pongo sentido del humor, veo lo ridículo que era aquél método de enseñanza y me preparo para entrar en clase en diez minutos, dispuesta a parecerme más al sabio bajo el árbol que a la monja más seria del mundo que me hizo detestar la química.




domingo, 18 de octubre de 2015

MÁS DELICADA Y MENOS INFALIBLE

Mi madre tiene noventa y tres años. Sus neuronas establecen a veces caprichosas conexiones que producen cierto desconcierto en mi mente racional entrenada para la eficacia.
Esta mañana manteníamos esta conversación: 
-Hija¡ cuánta guerra te doy, mucho más que cuando era pequeña!
-Mamá, cuando eras pequeña no te cuidaba yo.
-¿Y quién me cuidaba entonces?
-Tu madre.
Se queda mirándome con cara de extrañeza, sin añadir nada más.
Su mente trata de pensar durante unos segundos y a continuación exclama: "Están regando... ¡qué raro!, no veo a nadie regar"
-No mamá, está lloviendo.
-¡Ah! ya decía yo que lo veía raro.
En ese momento había olvidado la existencia de la lluvia. 
Mi madre va desapegándose de las ideas y yo, caminando a su lado, voy probando a ser más afectuosa y menos competente. Más delicada y menos infalible.
Ella me recuerda que todos y cada uno de los conceptos que atesoramos en la mente habrán de dejarse aquí, junto con el esqueleto.
Voy ensayando a su vera tal desentendimiento para que en el momento de partir me quede solo una idea: 
"¡Qué maravilla, todo era un juego!"

viernes, 16 de octubre de 2015

PEDIRÍA PERDÓN...

Le pediría perdón a la vida por mi empeño en buscar la felicidad donde no podía encontrarla, y de paso le pediría perdón a Dios por no haber comprendido bien sus instrucciones.
Me pediría perdón a mí misma por hablar demasiado, escuchar demasiado, reir poco y temerle al bendito y reparador silencio.
Le pediría perdón a la tristeza que me acompañó durante tanto tiempo... se fue sin que me diera tiempo a darle las gracias por su paciencia.
Le pediría perdón a mis pulmones por introducir en ellos nicotina en lugar de alegría.
Le pediría perdón a mi garganta por utilizarla para ¡tanta queja!
Le pediría perdón a mi boca por no permitirle fabricar muchos más besos.
Te pediría perdón a ti si alguna vez obvié tu presencia por ir en pos de algún absurdo afán que no me condujo a nada.
Le pediría perdón al momento presente, ni una visita le hice en cuarenta años, y él esperándome, tan complaciente, vistiendo sus mejores galas.  

















viernes, 9 de octubre de 2015

Alumnos adolescentes

Tengo alumnos muy jóvenes este año. De medio mundo y alguno que otro de España. Tienen entre diecisiete y veintitantos años.
Las primeras clases suelen consistir en mi empeño en hacerles ver cuánto no saben. Dediqué la primera semana completa a este propósito. Me quedé sin voz y ellos sin neuronas.
Dicen que hay más cielos, muchos más cielos aún por descubrir. Aplico este elevado pensamiento a las horas que paso en clase y deduzco que tal bóveda celeste podría hallarla en estos seres que unas veces me desesperan y otras  me reconfortan. Todo depende de dónde me sitúe yo.
Si me ofenden su incultura y su ineptitud, me pongo demasiado seria y pierdo un tramo de mi vida, imposible de recuperar.
Si disfruto con sus bromas y sus inevitables juegos de adolescentes, peso menos al cabo de un rato. La seriedad es una sustancia apelmazada y densa .
Enseño lo mismo en ambos casos. Aprenden mucho más si sonrío yo