jueves, 31 de diciembre de 2015

AÑO NUEVO, ALEGRÍA NUEVA

Le contaría al año que está por venir que yo lo que realmente deseo es una alegría consistente.
La que tengo parece firme pero¡qué va! no es sólida, a la mínima se desvanece. Debe ser que se basa en logros, halagos y lisonjas.
Lo que ahora pido es una alegría compacta, que no se requebraje. Y que surja espontánea, sin esperarla.
Decía Lao Tzé: "Si hay música en tu alma, se escuchará en todo el universo".
En realidad es eso lo que le estoy pidiendo al año nuevo: música en el alma.
¿Será que nacemos músicos?
Perdí mi sonido.
Me sugieren que lo busque en el silencio.
¿El silencio guarda y protege los acordes de mi vida?
Sin osar rozar su pureza, intento introducirme en él para descubrirlo.
Los ruidosos pensamientos se colocan en medio.
Le pregunto al eterno silencio: ¿puedo entrar sin pensar?
No me contesta. Deduzco que es un sí.
Y entro.
La alegría me saluda con una leve inclinación de cabeza. Por mi sangre empiezan a correr notas.
Una solemne obertura me da la bienvenida.
Me acurruco entre dos espacios vacíos de conceptos. A observar el no transcurrir del tiempo. 
¿Suena una antigua melodía?



























































































miércoles, 16 de diciembre de 2015

VIVO SIN VIVIR EN MÍ

Atiendo a mi madre, algo desorientada, a las ocho de la mañana, voy a comprar, hago la comida, vuelvo a orientar a mi progenitora, una visita inesperada, hoy tengo mucha prisa, me han puesto una reunión a las dos y media en el trabajo, tengo que ir a casa de mi hijo a por el perro, le mando el libro ya terminado al editor, corrijo un par de frases, cojo el coche, cojo al perro, lo llevo al campo que tengo frente a casa, le tiro una pelota de tenis cuarenta veces, vuelvo a casa, le pongo a toda velocidad un recipiente con agua, contesto un mensaje con mucho interés y muy poco tiempo, imparto instrucciones en casa, engullo más que comer, no sé qué ponerme, cojo el coche, ¡qué mal me ha quedado el pelo!, se me olvida una carpeta, entro otra vez en casa, llego casi tarde a la reunión y bajando unos escalones... me hago un esguince.
Gracias vida por pararme de la mejor manera que sabes.
¡Qué haría yo sin ti!



sábado, 12 de diciembre de 2015

¿LO MEJOR?

¡Cuánta infancia me robó la tristeza ajena!, !cuánta risa no fabriqué!
Culpables: las neuronas espejo.
Según su descubridor, el neurobiólogo Giacomo Rizzolatti, estas células tienen como misión reflejar la actividad que estamos observando.
Por mi particular tendencia a la nostalgia de lo que nunca he tenido, he concluido que mis neuronas se dedicaron a observar el pesimismo.
Esta palabra proviene del latín:  pessimum, "lo peor".
¡Es increíble! mis neuronas espejo se han especializado en contemplar lo peor.
Ahora que gracias al señor Rizzolatti soy consciente de este hecho, me he propuesto con gran determinación, observar "lo mejor".
¿Qué es lo mejor?
Lo mejor es sin duda una sonrisa auténtica. Fabricada de la nada. Sin ningún propósito.
(La mía, cuando surge, ilumina mi propio cerebro)
¿Y si la creo yo de forma sistemática en mi rostro para que las neuronas espejo de los demás la reflejen?
¿Cuál podría ser el motivo?
¿Considerar la vida, como decía Nietzsche, como una obra de arte?






sábado, 5 de diciembre de 2015

ADULTA INFANCIA

He comenzado por propia voluntad mi camino de regreso a la infancia. No voy a esperar a tener noventa años y perder la cabeza para retomar la espontaneidad.
Ya he explorado suficiente tiempo en la adulta que deseaba ser. He potenciado mi autoestima y confianza.
He dedicado tiempo al saber y al conocer. He edulcorado mi carácter y transformado en cierta medida mi personalidad.
Freud hablaba de "el malestar de la cultura" como una dolorosa obligación de reprimir la espontaneidad infantil.
Yo hubiera hablado también de "el malestar de la incultura" como una desesperante sensación que me provocaban algunos de mis alumnos.
Y sin embargo, tal vez sea gracias a ellos que haya resuelto dedicarme a desaprender.
Quiero experimentar lo que se me antoja una deliciosa sensación: no saber nada después de haber sabido algo.
Saber lo que sé, ya no me hace feliz. Saber más tampoco.
Quiero dejar la mente en suspenso, en un estado de asombro y placentero desconcierto.
Que me cuenten cuentos de realidades superpuestas o paralelas donde yo soy de muchas maneras.
Quiero no saber qué es el tiempo para perderlo entero mirando el desatinado vuelo de un mosquito.
También quiero visionar por última vez el relato de mi vida y empezar a grabar en una nueva cinta una historia mucho más divertida.
Si voy de entierro, poder hablar con el alma del finado y que me cuente el apasionante viaje que está iniciando.
Quiero dormir sin recuerdos y despertar sin deseos.
Y saborear un chocolate sin pensar en el porcentaje de cacao y grasa que contiene.
Quiero que me dé igual si la tierra es redonda o cuadrada.
Conocer el idioma de las células tumorales.
Saber por qué los virus no comen ni respiran.
Quiero que me produzcan ternura tus defectos, que nunca lo han sido.
Conocer el número premiado de la lotería para no comprarlo y que le toque a otro. Yo entretanto dedicarme a ser feliz sin intercambios monetarios.
Acariciar la cara de todos los comensales el día de Nochebuena (eso no, ¡qué vergüenza!). Perder antes el apocamiento que me impide amar sin sonrojo.
Quiero que mi ego sea anoréxico.
Quiero llamarme Inocencia, como mi bisabuela.
Quiero que el sentido del humor recomponga la totalidad de mis pensamientos.

Acariciar la luz. Besar los primeros acordes de una sonata de piano. Tocar el dulzor. Caminar, orgullosa, al lado de un noble pensamiento. Volar en una gota de aire junto a un billón de bacterias que van a comenzar una epidemia. Recorrer el futuro en bicicleta. Utilizar el verbo jugar cada tres frases. Incumplir mis obligaciones las horas pares. Ser un grano de arena en el Everest y rodar montaña abajo. Saber por qué es feliz Stephen Hawking.




















miércoles, 2 de diciembre de 2015

El Espíritu de la Navidad

Mi padre, dotado de un gran sentido del humor- que utilizaba en muy contadas ocasiones- era por lo general más bien taciturno y hosco.
Sin embargo, en Navidad ocurría que si te fijabas bien, si explorabas en su cara y en sus gestos con detenimiento, podías atisbar una cierta predisposición al alborozo. No era algo evidente, había que hacer un gran esfuerzo para escrutar en su rostro y descubrir que el acostumbrado rictus se había modificado y en lugar de amargura pareciera que ahora mostraba cierta complacencia.
Era tal la emoción que suscitaba en mis hermanos y en mí tal transformación, que acabábamos concluyendo que esos días la felicidad estaba permitida y como niños que éramos, sin pudor alguno, nos embriagábamos de nuestra  propia alegría.
¿Qué le pasaba a mi padre?, ¿que entraba en nuestra casa?, ¿el Espíritu de la Navidad?
Ayer empecé a sentir esa peculiar vibración. 
Me puse a investigar. 
De todas las historias que podría contar aquí, esta es la que más me gusta:
"El Espíritu de la Navidad es en realidad un Egregor. Un egregor  es un pensamiento colectivo, una sinergia de propósitos que ejerce una gran influencia en las personas.  Esta energía debe sostenerse un cierto tiempo para convertirse en una especie de balsa de gelatina flotando en planos no físicos, que acaba tomando vida. Es una energía autoconsciente".

El fisico Max Planck, declaraba que detrás de este gigantesco universo debe existir también una gigantesca mente consciente que le da vida y le permite existir materialmente. 
En Navidad, esta mente consciente crea un egregor: el Espíritu de la Navidad, que desciende a la tierra y visita a los hombres de buena voluntad la noche del 21 de diciembre entre las 22:00 y las 00:00 horas, generando una energía de alta vibración"
Doy fe de que es verdad, porque solo un milago como este podía ser capaz de hacer sonreír a mi padre.

Papá, sé que eres tú el que estás inspirando estas palabras.
¡Feliz Navidad!