viernes, 12 de mayo de 2017

Dulces recuerdos

Mi pensamiento lógico y lineal colapsaba en ciertas ocasiones en presencia de mi madre cuando ella viajaba con su mente a realidades superpuestas. Sentadas las dos en un banco, con una cara muy sonriente, me comentaba:
-A ver si un día de estos nos encontramos con tu padre, como ya sabes que le vi en el sueño en un banco como este…
-Claro, pero como no estamos soñando no podemos verle, ¿no te parece?
-Ya, pero me gustaría darle la mano y llevarle a casa porque cuando iba a hablarle me desperté y me he quedado con ganas de decirle que nos íbamos a casita.
-Si, pero eso tendrá que ser en otro sueño porque en la realidad no va a ocurrir, ¿estás de acuerdo?
-Ya, es para ver qué cara ponía.
Se quedaba ensimismada, disfrutando del próximo encuentro. 
Mi lógica quería seguir rebatiendo para devolverla a la "realidad" pero algo surgía en mí que me hacía permanecer en silencio, disfrutando de unos segundos de preciada inocencia.

Dicen los físicos que somos polvo de estrellas. Que las partículas que nos componen son las mismas que las del aire o las de una idea. Las mismas que comenzaron la creación del universo.
Ese polvo de estrellas se convierte en una amapola creciendo en una grieta del asfalto y a mí me conmueve. 
Ese polvo de estrellas se convierte otra vez en un recuerdo de mi madre y me cuenta:
Estando preparadas para salir de casa, al pasar por delante de su habitación, comentaba:
-Mira, la puerta está cerrada, debo estar dentro vistiéndome.

Y es que los físicos también dicen que por el principio de superposición las partículas pueden estar en dos sitios distintos o tomar dos caminos diferentes al mismo tiempo. 
Mi madre actuaba la física cuántica para mí.
Ese polvo de estrellas me devuelve ahora estos dulces recuerdos.

Me conmueve la vida. Se ha vuelto translúcida. 
Emerge desde atrás e ilumina los sentimientos.