jueves, 22 de diciembre de 2016

Navidad sin estrenar

Me dispongo a entrar en la Navidad con mi infancia pegada a la piel. Sin ella no me dejarían pasar.
Cierro la puerta del futuro y con el cielo alrededor me siento tranquilamente a recuperar toda esperanza. 
Me acompaña una sonrisa que no tiene motivos para desaparecer. 
Enciendo las luces del árbol y todos los recuerdos de mi niñez salen de la memoria y se agolpan ante mí queriendo, cada uno de ellos, sobresalir. Me pongo triste y alegre, al mismo tiempo.
Una pesarosa melancolía está a punto de descender por mi garganta. La niña que fui me sugiere que respire varias veces y en cada exhalación me vaya desprendiendo de tan pegajosa emoción.
La vida me premia por tal hazaña y no se le ocurre otra cosa que hacer visible al amor en el salón de mi casa.
Es este amor el que a continuación me abraza de la misma manera que lo hacía entonces, cuando en el calcetín colgado de la pared cabían todas las posibilidades.
Y así, tan bien acompañada, me introduzco en esta Navidad por estrenar, sin esperar nada.
Solo el amor que yo sea capaz de sentir me brindará paz, que es lo único que en verdad anhelo.



"Todo es ceremonia en el jardín salvaje de la infancia". 

                                                Pablo Neruda.

martes, 6 de diciembre de 2016

Mi propio silencio

Esta no sería, ni muchísimo menos, la mejor época de mi vida. Sin embargo decidí que lo fuera. Mi decisión fue tan firme que lo es.
Dicen que no existen las enfermedades, solo los enfermos. Mi enfermedad no existe por lo tanto.
Los médicos emiten diagnósticos, pronósticos y tratamientos.
Sin haber escuchado lo que yo sé porque mi cuerpo es mío y lo percibo desde muy adentro, han ido enumerando cifras, datos y estadísticas. La mente al escucharlos se ha asustado. Pero yo sé. Conozco los "por qués" y "cómos" en relación a esta estructura a través de la cual respira la vida que me han dado.
Como coche sin frenos, descendía a toda velocidad por una pendiente empinada. ¿Quién me empujó desde arriba?: fue esa misma vida, tratando de enseñarme a correr cuesta abajo.
Y ahora me para en seco: no trabajes, no hables por teléfono, respira con el abdomen, espira lentamente, descansa, obsérvate, observa con atención, observa...
Me clavan una aguja en el esternón. No hay suficiente muestra. Prueban otra vez. Y una vez más. La última con un trocar. Aún con anestesia duele demasiado. Aunque en realidad no es dolor, es dentera, es desazón. Entretanto ese mismo día, mi madre, en un acto de infinita compasión, decide empezar a irse muriendo. Se abre algo en el centro del pecho. Brota un inmenso amor que no duele.
Punción en la cresta ilíaca unos días después. Boca abajo. Duele menos. ¿Qué se estará desobstruyendo ahora? Tal vez me esté enfrentando al miedo desde un lugar más cercano. Desde el mismo centro. Ya no soy hija de nadie de carne y hueso. Me quedo a solas con el existir. Me pide que abandone el mundo una temporada. Para encontrar el silencio dentro de mí.
Salgo por la puerta de atrás. Lo hago de esta manera para que nadie se dé cuenta de que me he ido, no vaya a ser que me increpen por abandonar mi puesto en la sociedad.
La música de piano sale detrás de mí en cuanto abro la puerta. Ella es exactamente lo que necesito. Jim Brickman, Luovico Enauldi, Giovanni Allevi... mueven sus manos por el teclado y yo comprendo y asiento. El piano vibra en la misma frecuencia que mi alegría.
¡Ahora comprendo! la enfermedad presente e inexistente tenía como fin "sutilizar" mi estancia en este cuerpo. Sin adelgazar ni un gramo, armonizado, pesa mucho menos. Me sobraban la mayoría de mis pensamientos.