lunes, 5 de mayo de 2014

La voz

Un tren muy cómodo, me están esperando, no hay alegría, me importa pero no lo tengo en cuenta, y empieza la danza: hablar en público cuando nadie te está escuchando, el mundo ajeno a tu discurso te observa como mono de feria, me desgañito tratando de llegar con mi voz hasta el fondo de un espacio que no ha sido diseñado para que yo hable, compito con una mujer que sale en televisión y con un ratón llamado Gerónimo Stilton, el héroe actual de los niños, aún así trato de hacerme oír, necesito mostarles lo que sé que necesitan saber, pero no es el lugar ni el momento, ¿por qué estoy allí? nadie me paga por hacer esto, es una prueba de guerrero (de guerrera) lloraría pero no me da la gana,... "Sé humilde, acepta"- exclama una voz en el interior de mí misma- está bien, acepto con humildad ser menos que nada, y continúa el viaje, de nuevo micrófono en mano trato de hacerme escuchar otra vez, en otra ciudad, en otro espacio de semejante apariencia, la gente pasa de largo, y yo trato con mi voz de echarles el lazo y hacer que se sienten, hablando esta vez desde el corazón, les cuento cómo generar entusiasmo, el mismo que he de generar yo para poder continuar casi gritando mientras los altavoces de la feria del libro de Valencia compiten con mi garganta a ver cuál de los dos consigue llevarse el gato al agua... observo a varias personas con cara de alegría, ¿la oradora motivacional está consiguiendo motivar? vendemos eso sí pocos libros, mi editor a pesar de todo sonríe (como hace siempre) nos divertimos más tarde los dos comiendo unos bocadillos, muy cómodo el tren de vuelta, ¿dónde he estado?: en el interior de mí misma. Al día siguiente imparto seis horas de clase sin emitir ni una sola palabra, me duele tanto la garganta que decido no hablar. Escribo en el ordenador y los alumnos miran la pantalla. Bromeo con ellos, incluso. Sin voz mi comunicación es otra. Decido que lo importante siempre es mi actitud interna, hable o no hable.
Tres días de intenso aprendizaje. Gracias vida.