martes, 29 de octubre de 2013

Vacaciones permanentes

Alguien que estaba dirigiendo un curso al que yo asistía, afirmó: "yo estoy de vacaciones en este mundo" y coincidió su aseveración con una sensación permanente de agobio en mi caso: madre separada y trabajadora con dos niños pequeños que no disponía ni de una décima de segundo para poder disfrutar de un miserable placer, así es que pensé: si este hombre dice que está siempre de vacaciones, o él está loco o yo estoy haciendo algo mal.
Me decidí por la segunda alternativa, ya que si él estaba loco, ese tipo de locura me interesaba bastante.
Aprendí con el tiempo, por mi propia experiencia, que lo que trató de decirnos aquel día no tenía nada que ver con estar tumbado en un sofá sin hacer nada, se refería más bien a una sensación interna de descanso, sin ansiedad y sin culpa, estuvieras o no haciendo algo.
Ayer llegué ayer al trabajo con la necesidad de sentirme de esta manera después de un extraño fin de semana, por lo que planifiqué estar de vacaciones durante las seis horas de clase que tenía por delante. Se me ocurrió que podía ser buena idea hacer algún tipo de ejercicio para llevar a los alumnos y a mí misma, de vuelta a la infancia. Y allí nos fuimos todos, compartiendo escenas memorables de nuestros primeros años. Siempre me soprende el interés con que se escuchan unos a otros. Es tan agradable estar en ese lugar, que me resulta difícil volver a la supuesta sensata realidad.
A ver qué me invento hoy para seguir de vacaciones mientras les explico la contracción muscular.
Cada año descubro nuevas vías para transitar por un mundo paralelo al de los seres humanos con vocación de adulto.
Yo fui uno de ellos durante varias décadas y acabé tan aburrida de mí misma, que ahora cuando veo a alguno cerca, salgo huyendo desapavorida. Les gusta hablar de temas. No les interesas tú, solo los temas.
Menos mal que la contracción muscular no es un tema, es muchísimo más que eso, es una de las posibilidades de que dispongo para introducir a un grupo de gente en el fascinante mundo del cuerpo humano manejado por una indescriptible y todoabarcante conciencia infinita.

sábado, 26 de octubre de 2013

Desesperante desesperación

Estoy en el coche esperando a una persona, y mientras tanto observo la siguiente escena: Una mujer de unos cuarenta y tantos años va acercándose hacia el punto en el que yo me encuentro, llueve bastante y ella porta un paraguas en su mano izquierda, mano con la que también sujeta la correa del perro que va tirando impaciente, tratando supongo, de pillar un árbol. Su dueña va fumando, lleva el cigarrillo apretado contra la comisura de los labios, expulsando el humo por un pequeño orificio que sigue abierto en su boca, poniendo una cara parecida a la del malo en una película de gánsters, mientras el humo se le va metiendo en un ojo, dato del que dispongo por la mueca que veo que efectúa tratando de defenderse de la emanación tóxica, y todo esto ocurre porque en la mano derecha lleva un par de voluminosas bolsas de basura. Camina muy rápido (casi tanto como lo haría el perro si no estuviese sujeto), puedo ver su cara de agobio, y la hubiera perdido de vista si no fuera porque justo al llegar a mi altura, se ha roto una de las bolsas de basura, maravillosa ocasión que me ha permitido poder darme cuenta de lo absurdo que puede llegar a ser un ser humano. Ha apoyado ella entonces el paraguas abierto en el suelo, sujetándolo con el trasero contra la pared para que no saliese volando (además de lluvia, había viento) mientras el pobre animal tiraba como un descosido, rascando el suelo con las patas sin moverse del sitio, ya que la correa que empezaba a ahorcarle, le impedía avanzar. Ella continuaba fumando, con los ojos medio cerrados por la irritación provocado por la humareda que su dueña seguía dirigiendo contra ellos, haciendo juegos malabares con la cabeza para evitar que se mojara el cigarro, intentando, entretanto, volver a meter los desperdicios en la agujereada bolsa. Al final, ha continuado su camino, acelerada, desencajada diría yo, dejando una montaña de desperdicios en mitad de la acera.
Saldrá de nuevo el sol cuando las nubes se vayan alejando, ese pobre animal evacuará al fin en una encina, el barrendero recogerá la mugre del suelo y por supuesto, se consumirá el cigarro, pero esta mujer seguirá desesperada porque su malestar, que nada tiene que ver con la lluvia de otoño, la nicotina o las bolsas de basura, seguirá en su interior tratando de mostrarle que en esta vida, por mucho que uno huya hacia delante, la desesperación puede llegar a ser desesperante, y es precisamente en ese punto cuando se ha de parar y recapacitando un poco, preguntarse uno a sí mismo: ¿de qué estoy intentando escabullirme?


jueves, 24 de octubre de 2013

El dolor ajeno

Hace unos cuatro meses que no me divierto nada. No es que me haya vuelto rarita, es que no he tenido la menor oportunidad, me ha tocado cuidar de otros.
Mi ego, entretanto, ha estado tratando de incitarme a la rebelión, y algunos días me ha dado por escucharle, dándome ganas de huir del campo de batalla.
No es fácil cuidar cuando estás convencido de que eres una gran persona llevando a cabo una importante labor humanitaria, pero crees que no es justo dar mucho más de lo que recibes y a pesar de tu actitud desinteresada (que no lo es en absoluto) acabas sintiendo pena de ti misma.
(De nuevo se trata de mi ego tratando de ponerse unas cuantas medallas, ya está, ya lo he pillado, ahora puedo continuar con mi actividad compasiva)
Pero el ego es obstinado: "esto no es vida, deberías hacer un viaje, te vas a deprimir, existe el síndrome del cuidador..." insiste a todas horas, tratando de quebrantar mi ya debilitada voluntad. Consigue que desarrolle una pizca de tristeza, pero consigo revolverme contra su tiranía, le conozco muy bien, seguí sus indicaciones al pie de la letra durante años y lo máximo que conseguí fue un divorcio.
Van pasando mientras tanto los días, intentando mantener a éste a raya, y parece que voy aprendiendo a disfrutar del placer de procurar consuelo sin esperar nada a cambio. Es algo nuevo en mi caso, aunque haya presumido algunas veces de ser una mujer bondadosa (no lo era, solo lo parecía porque no había tenido que demostrármelo a mí misma)
Puede que vuelva a ser mi ego disfrazado de mujer humilde y sincera, mejor dejo de escribir.
Solo una frase más (a ver si logro despistarlo mientras tanto), solo añadir que hay algo dulce en el acompañar el dolor ajeno...y esa dulzura, ¡me hace tanta falta a mí también!

miércoles, 23 de octubre de 2013

El amor de tu vida

"Tú eres el amor de tu vida" dice un sabio.
Ya puedes quitarle el título al que supuestamente lo ostenta.
Y una vez puestas las cosas en su lugar, deberías empezar a pasar más tiempo a solas contigo.
Es lógico que así sea, toda relación amorosa requiere de cierta intimidad.
Y además sería conveniente que pasaras parte de este tiempo, sin hacer nada, para prestarte toda la atención posible. Suena un poco aburrido, es verdad, pero parece ser que es solo al principio.
Vas a pasar el resto de tu vida con el amor de tu vida.
No te veo muy entusiasmad@, a ti ya te tienes muy vist@, me dices, pero claro, es que se trata de otra cosa, hay que profundizar un poco, no es un amor a simple vista, aquí no hay flechazo que valga, debe ser que algo emerge o aparece de sopetón desde dentro si se tiene un poco de paciencia, vale, ya te dejo, veo que te estás poniendo de mal humor, era solo una idea, comprendo que no te haga ninguna gracia eso de estar en silencio sin hacer nada, de todos modos, voy a ver si yo lo pillo...

lunes, 21 de octubre de 2013

¿A dónde vas tan deprisa?

Mis días eran demasiado largos, cuando tenía alrededor de dieciocho años. Compraba una agenda y me desesperaba no tener nada que anotar en ella. Observaba con desgana los apuntes de bioquímica o de microbiología que tenía delante y si aún quedaban unos cuantos días para el próximo examen, una extraña laxitud me impedía hacer el movimiento de pasar las hojas. Miraba el reloj, esperando la hora de algún programa en televisión. Abría el frigorífico y comía sin ganas un trozo de queso. Miraba de nuevo la agenda. Me asomaba a la ventana. Nunca pasaba nada.
Unos años después, una amiga mía se reía comentando en una reunión de amigas comunes, una anécdota que le había ocurrido conmigo: Llamo a Nieves y le pregunto: "¿Podemos vernos esta tarde?, ¿paso por tu casa alrededor de las cinco y tomamos algo?, y va ella y me contesta: " Vale, pero, ¿a qué hora te irías?.
En la misma época, una mujer que pasaba por serios apuros económicos, observando mi estrés cotidiano, me hizo el siguiente comentario: "Yo seré pobre en relación al dinero, pero tú eres pobre en tiempo y no sé yo que es peor.
La odié durante unas décimas de segundo, pero tenía razón. No era pobre, era pobrisima.
Un fisioterapeuta que me trataba una lumbalgia comentó: "Tienes los talones de los pies agrietados, ¿no te echas crema hidratante en el cuerpo? y yo le respondí: "Sí suelo echarme crema en el cuerpo después de la ducha pero en los pies no, están muy lejos y no tengo tiempo, jajaja..."
Los tres me aleccionaron vivamente sobre la necesidad de cambiar mi forma de vida, y yo seguí corriendo a toda velocidad hacia un lugar al que nunca llegué, y entre medias me atropelló un coche, me empotré contra la puerta del garage de mi casa y estuve un año de baja con un diagnóstico de ansiedad por exceso de actividad física y mental.
Una vez conocidos el aburrimiento máximo y la extrema velocidad, investigo en la existencia de un punto de equilibrio entre ambos. Es una experiencia escurridiza, en cuanto me descuido estoy fuera, asoma el aburrimiento la cabeza y yo salgo disparada hacia una estimulante actividad.
Dicen que cuando un alumno zen es capaz de hacer trescientas respiraciones conscientes estando totalmente presente, esto indica que ha alcanzado el estado de iluminación.
Termino esta frase y me voy a respirar. Si no contesto al teléfono o a un whasApp es que estoy en mitad de las ciento cuarenta y cuatro, que parece ser la fase previa. Las trescientas las dejo para un poco más adelante, cuando tenga más tiempo, jaja...
(Si me ilumino te lo cuento)



sábado, 19 de octubre de 2013

Como una caricia

-A ver… hoy es sábado, 18 de octubre, dice mi madre mirando el periódico.
-Sí.¿Y en qué año estamos, mamá? (se supone que tengo que hacerle este tipo de preguntas para mantenerla orientada)
-Ah, no sé… 1922 no puede ser porque ese año nací yo. Será 1933 o algo así.
-¡Uf, pues nos va a tocar vivir otra vez la guerra civil y la segunda guerra mundial!
-¡Uy, no, qué horror!
-Pues entonces cambia el año.
-No sé entonces cuál será.
-Si naciste en 1922 y tienes 91 años, ¿qué año será ahora? Acabo de proponerte un problema de matemáticas. Mejor te lo voy a escribir. Le pongo la suma en el papel y se lo pongo delante con un bolígrafo para que la resuelva.
-Estamos en 2013, eso me ha salido.
-Muy bien, eso es, estamos en el 2013.
-Ya queda menos.
-Ya queda menos, ¿para qué?
-Para ir a cualquier sitio que queramos ir, jaja…
-Pues sí, ya queda menos…jaja…
Continúa ella leyendo el periódico, comentando: “qué manía tienen los catalanes con quererse independizar”… y al cabo de unos minutos, añade: “me canso de tanta política“.
-Pues no leas el periódico, mamá.
-Es que me gusta. Y continúa leyendo, olvidándose de mi presencia.
Sin recuerdos ni expectativas, su vida se convierte en un asunto cada vez más simple.
Una simplicidad que a mí, últimamente, me resulta reconfortante, como una caricia.

jueves, 17 de octubre de 2013

A mi madre

Me enfado con mi madre porque a veces me desespera que no tenga memoria, que se olvide de ducharse o de ponerse unos calcetines. Me enfado con ella y después conmigo por no ser capaz de tener suficiente paciencia y compasión para aceptar que aquella mujer diligente y activa que fue, ya no esta aquí. Tiene noventa y un años y a veces no reconozco en ella nada de mi madre, lo que me produce una mezcla de melancolía, tristeza y rabia.
Debería ser más cariñosa con ella- me digo a mí misma. Cada día me propongo ser menos exigente, más tolerante, y también cada día me doy cuenta de lo difícil que me resulta aceptar la pérdida de aquella mujer que no podía dormir si a mí me ocurría algo y era capaz de hacer cualquier sacrificio por mis hijos.
Ayer fue uno de esos días en los que perdí la paciencia y hoy me levanté con el firme propósito de cambiar en adelante, mi actitud con ella.
Mientras le preparaba el desayuno, tarareaba yo una canción de Mecano, y ella exclamó: "Qué bonito es oírte cantar por la mañana, hija" y al colocarle la taza de leche delante, añadió: "No me des el desayuno ahora porque si como, no puedo escucharte" yo me reí y le dije: "mamá, soy yo la que no puede cantar y comer al mismo tiempo, pero tú si puedes comer mientras me escuchas"
-Ah, bueno, es que me gusta mucho lo que cantas, es un canto religioso, ¿verdad?
-No la contradije esta vez, no le dije que era "mujer contra mujer" de Mecano. Me callé y seguí tarareando la canción mientras vaciaba el lavaplatos.
-Qué bonito, es un canto religioso de alabanza a Dios por todo lo que tienes, ¿verdad, hija?
Me emocionaron sus palabras, no suele hablar en ese tono tan solemne. Me acerqué a ella y la abracé. Hacía tiempo que no la abrazaba. Ella, muy tranquila, me miró y dijo: "yo también tengo que dar gracias por todo lo que tengo, por como me cuidáis en esta casa, no podría estar en mejor sitio"
Si hoy he conseguido ser un poquito mejor que ayer, se lo debo a ella.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Caminando hacia atrás en busca de la inocencia

Dejé de ser femenina por culpa de las circunstancias. Hago responsable de tal descalabro a los condicionantes externos y por supuesto al destino que decidió colocarme en una casa con dos niños (de sexo masculino) que jugaban con indios y soldados. ¿Pudo influir también el hecho de que mi madre no quisiera tener una niña porque tales criaturas sufrían más en este mundo, según ella? Traté de convertirme en un aceptable compañero de juegos de esos dos, pero fracasé en cada intento. ¡Quita! era la palabra que más a menudo salía de boca de mis hermanos cuando me colocaba cerca de su escenario de juegos. Me iba entonces a jugar con mis muñecas, les colocaba sus vestiditos y las peinaba con gran instinto maternal, sin darles tirones (entre otras cosas porque si hacías tal cosa te quedabas con el simulacro de pelo en el cepillo, y a las muñecas no les crecía, eso lo aprendí yo un día).
Hasta entonces mi feminidad no había sufrido menoscabo alguno, yo seguía morando en un lugar donde cabía todo: las hadas, los príncipes, el scalextric y el boxeo (a los chicos les trajeron los Reyes unos guantes y fueron mi gran pasión durante un tiempo). Mi madre me apuntó a ballet y a flamenco, y aunque no era yo capaz de hacer los pasos como Inmaculada, la mejor de la clase (y mira que lo intenté, no me salían los movimientos con esa gracia con la que ella iba avanzando por la diagonal, con sus zapatillas de punta) y me faltaba también ese factor x que tenía Carmen para ejecutar con gentileza unas sevillanas, daba igual, yo seguía pensando que la vida era una maravilla, podía pasear a mis muñecas en el cochecito de capota y también jugar a "lucha libre" con unos luchadores de plástico y un ring, que tenían mis hermanos.
¿Qué ocurrió después? Mis muñecas perdieron el alma. La vida que yo infundía en ellas era parte de la magia que habitaba en mí y como tocaba crecer, las abandoné a su suerte. Acabaron apiladas en una caja. Tuve que renunciar a la inocencia a cambio de productividad, igual que habían hecho mis hermanos, unos años antes. En el camino perdí la feminidad (no era compatible con la tristeza).
Lo interesante es que yo nunca acepté semejante trueque. Enfadada, desde entonces, he esperado la ocasión propicia para dar por terminada la fase de "mujer de provecho": correcta, enmohecida y yerta.
He ido caminando hacia atrás sin moverme del sitio, hasta darme de bruces con un pequeño duende que amaba cada milímetro cuadrado de esta realidad, y ahora, si tú me das permiso, puedo mostrarte el paraíso.





martes, 8 de octubre de 2013

Método de fuga del infierno

Con mucha vehemencia exclamas: "Doy fe de que existe el infierno" y a mí me hubieran producido cierto espanto tus palabras si no fuera porque después de haberlo visitado con asiduidad (llegué a hospedarme en él durante largas temporadas) he logrado encontrar un método de fuga.
Te lo cuento porque sin ir más lejos, estuve por ahí hace un par de días, me dio por sumirme en cierta pegajosa melancolía y sin esfuerzo alguno me vi, sin más, en las tinieblas.
Una vez dentro, cuesta mucho salir (parece como que alguien tirase de tus piernas hacia abajo), pero entrar es muy sencillo: un par de pensamientos destructivos, doblar el cuello bajando la cabeza hasta mirar al suelo, la espalda algo curvada, el gesto hosco, y ya estás allí.
Esta vez conseguí de nuevo abandonarlo, mostrándoles a otros la puerta de salida. Empecé a emitir con cierto entusiasmo, un conjunto de afirmaciones positivas referentes a su persona, ya he probado este método más veces, y cuando consigo convencerles de que estoy en lo cierto, es decir, si logro que desistan de su papel de víctima y sean capaces de producir de nuevo en su cerebro ciertos neurotransmisores responsables del gozo de vivir (producción que se había visto interrumpida debido a su viaje al interior de las tenebrosidades) si esto ocurre, uno tras otro se van marchando del averno. Y yo, que aún me encontraba en su interior, viendo la puerta abierta, decidí salir corriendo.
Mientras estas letras escribía hoy, más o menos a mitad del último párrafo, me detuve unos momentos para avanzar un poco en la comida que estaba preparando para este día y un traidor cuchillo ha efectuado cierto movimiento alrededor de uno de mis dedos de la mano izquierda. Concluyo por tanto este texto con la otra mano y aprovecho para
recordaros el poder de ese lado oscuro que acaba de rebanarme el dedo, jajaja... (no le gusta nada que uno dé pistas para largarse del mismo)

sábado, 5 de octubre de 2013

¡No sufras, mi niña!

¿Qué es lo peor de todo?- te pregunto- sufro mucho y todo el tiempo- me respondes tú, tienes diecinueve años y una cara preciosa y la verdad es que te sientes como una mierda, según me dices, porque no hay nada en ti que tenga valor alguno, no encajas con nadie ni en ningún lugar, todo esto me lo vas contando según van resbalando un puñado de lágrimas desde tus mejillas hasta el pañuelo que llevas alrededor del cuello y me conmueve el hecho de que no las recojas con un kleenex, las vas dejando caer mientras me miras fijamente al tomar yo la palabra, me resulta fascinante ver esos hermosos ojos anegados en lágrimas que enseguida vierten su contenido para llenarse de nuevo, y te permites estar así, escuchando y llorando sin tratar de no llorar, en un espacio público donde algunos empiezan a mirar sin recato alguno, pero tú estás a lo que estás, sin perder detalle, y aunque siguen tus ojos derramando agua, ahora sonries, debe ser que estoy diciéndote lo que necesitabas oír, y observando el conjunto de tu sonrisa y tu mojada mirada empiezo yo a sentir que me estás regalando algo que no acertaría a explicarte con palabras, como si por medio de ese atisbo de alegría que voy percibiendo en tus ojos, pudiera yo concluir que el sufrimiento por muy tenaz que se muestre, se evapora de repente si uno es capaz de entregarse a un instante de lucidez en compañía de otro, y en el abrazo que me das antes de irte, intuyo que aunque no te conocía hasta hace un rato, estoy casi segura de que no podré olvidarte nunca.

jueves, 3 de octubre de 2013

Cerrando puertas

Dicen que cuando una puerta se cierra, se abre otra de inmediato. Es bonita la frase, te da cierta esperanza, y sin embargo no te acabas de fiar, con disimulo pones un tope en el suelo y dejas la puerta de siempre un poco entreabierta, casi pegadita al marco, que parezca cerrada pero que en realidad no lo esté, para poder volver a entrar por ella, si es necesario.
Como dice Jose María Doria: Un firme adiós sin resentimiento ni rechazo a ese "más de lo mismo".
¿Qué tal si cerramos las puertas que nos conducen una y otra vez a lo "ajado"?
Hay frases que utilizamos por inercia y hasta a nosotros mismos nos dan grima (puede que incluso sean herencia de nuestros padres). Y ciertos pensamientos, repetitivos y machacantes que nos dejan extenuados. O relaciones marchitas que no dejan espacio disponible para el asombro que conlleva una amistad nueva y refrescante.
Y esos objetos que guardas desde hace años que te van anclando al pasado, por eso algunas veces la vida te pesa tanto.
Y el miedo a no decir lo que sientes por temor al rechazo y al abandono, sentimientos que a fuerza de negarse van abandonando tu espacio vital, con lo que cabe la posibilidad de que te conviertas en un extaño ante ti mismo.
Y esa ropa que nunca te gustó pero te costó cara y hay que gastar por lo tanto, aunque el niño instintivo y campechano que llevas dentro, se sienta triste y decepcionado. Hay prendas que no son tuyas, con ellas te sientes un extraño, y ocupan demasiado espacio en tu armario.
Y una verguenza tóxica que te impide manifestarte tal como eres y reprime el natural movimiento de tu cuerpo, porque en el mundo que tú has creado no está permitido hacer el tonto, pero tu ser anhela (sin que tú seas consciente) bailar en cualquier momento, de forma espontánea, haciendo los movimientos que a ti te diera la gana.
¿Y esa cara de aflicción cuando no te está mirando nadie?. A solas contigo, ¿no te amas?