sábado, 26 de octubre de 2013

Desesperante desesperación

Estoy en el coche esperando a una persona, y mientras tanto observo la siguiente escena: Una mujer de unos cuarenta y tantos años va acercándose hacia el punto en el que yo me encuentro, llueve bastante y ella porta un paraguas en su mano izquierda, mano con la que también sujeta la correa del perro que va tirando impaciente, tratando supongo, de pillar un árbol. Su dueña va fumando, lleva el cigarrillo apretado contra la comisura de los labios, expulsando el humo por un pequeño orificio que sigue abierto en su boca, poniendo una cara parecida a la del malo en una película de gánsters, mientras el humo se le va metiendo en un ojo, dato del que dispongo por la mueca que veo que efectúa tratando de defenderse de la emanación tóxica, y todo esto ocurre porque en la mano derecha lleva un par de voluminosas bolsas de basura. Camina muy rápido (casi tanto como lo haría el perro si no estuviese sujeto), puedo ver su cara de agobio, y la hubiera perdido de vista si no fuera porque justo al llegar a mi altura, se ha roto una de las bolsas de basura, maravillosa ocasión que me ha permitido poder darme cuenta de lo absurdo que puede llegar a ser un ser humano. Ha apoyado ella entonces el paraguas abierto en el suelo, sujetándolo con el trasero contra la pared para que no saliese volando (además de lluvia, había viento) mientras el pobre animal tiraba como un descosido, rascando el suelo con las patas sin moverse del sitio, ya que la correa que empezaba a ahorcarle, le impedía avanzar. Ella continuaba fumando, con los ojos medio cerrados por la irritación provocado por la humareda que su dueña seguía dirigiendo contra ellos, haciendo juegos malabares con la cabeza para evitar que se mojara el cigarro, intentando, entretanto, volver a meter los desperdicios en la agujereada bolsa. Al final, ha continuado su camino, acelerada, desencajada diría yo, dejando una montaña de desperdicios en mitad de la acera.
Saldrá de nuevo el sol cuando las nubes se vayan alejando, ese pobre animal evacuará al fin en una encina, el barrendero recogerá la mugre del suelo y por supuesto, se consumirá el cigarro, pero esta mujer seguirá desesperada porque su malestar, que nada tiene que ver con la lluvia de otoño, la nicotina o las bolsas de basura, seguirá en su interior tratando de mostrarle que en esta vida, por mucho que uno huya hacia delante, la desesperación puede llegar a ser desesperante, y es precisamente en ese punto cuando se ha de parar y recapacitando un poco, preguntarse uno a sí mismo: ¿de qué estoy intentando escabullirme?