miércoles, 28 de octubre de 2015

NIEVES, ¡PON SENTIDO DEL HUMOR!

Convivo con un hombre que tiene un carácter envidiable. Esta mañana él me sugería que utilizara el sentido del humor ante una cuestión doméstica sin importancia a la que yo concedo tal trascendencia que se diría que está en juego mi permanencia en este mundo.
 Fui al diccionario a buscar la definición de sentido del humor:
" Modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas".
Me quedé pensando en situaciones cómicas o ridículas en mi vida. Recordé de inmediato una escena cuando mis hijos eran pequeños. Estábamos los tres en la cocina, ellos peleándose y moviéndose a mi alrededor, como era habitual. Yo, preocupada por mil cosas- que no tenían nada que ver con mis criaturas-  aproveché su derroche de vitalidad para enfadarme tanto que agarré la botella de agua e hice ademán de darles con ella en la cabeza (la botella era de plástico pero estaba llena) saliendo los dos como alma que lleva el diablo, al tiempo que gritaban: "Vámonos, mami se ha vuelto loca", y sí, era verdad, había perdido la cordura durante unos instantes, pero al asomar y verles a los dos observando mis movimientos, sacando media cabeza desde el quicio de una puerta, me reí con ellos.
Resulto cómica o ridícula muchas veces por ponerme demasiado seria.
Le echo la culpa a las reverendas Dominicas de la Anunciata que obligaron a aquella  niña morenita con dos trenzas y baby de rayas a permanecer sentada seis o más horas diarias en una silla cuando lo que hubiera deseado era sentarse al lado de un sabio, bajo un sauce, para aprender acerca de la vida viendo pasar las estaciones.
Pongo sentido del humor, veo lo ridículo que era aquél método de enseñanza y me preparo para entrar en clase en diez minutos, dispuesta a parecerme más al sabio bajo el árbol que a la monja más seria del mundo que me hizo detestar la química.