martes, 5 de noviembre de 2013

Pidiendo amor a gritos

Cuántas veces lo pedí yo de esta manera, después de discutir por cualquier cosa, cargada de razón, levantando la voz para extraer todo el dolor de mi garganta, dolor que no remitía tras la disputa, más bien se incrementaba porque lo que quería decir no era lo que estaba diciendo, porque las palabras que necesitaba expresar no era capaz de encontrarlas, quería gritar: "por favor, ayúdame, estoy muy triste", y sin embargo de mi boca solo surgían reproches, aún así, esperaba que reaccionara el otro, que fuera capaz de no personalizar mi ataque, que se convirtiera de pronto en maestro y me abrazara aunque yo estuviera hiriéndole con mis palabras, cómo era posible que no se diera cuenta de la necesidad que yo tenía de un abrazo, ¿un abrazo?, no, necesitaba mucho más, lo que en verdad quería era que alguien me cogiera entre sus brazos y me meciera suavemente, susurrándome al oído: "Ya, mi niña, tranquila..., todo está bien..." y quedarme ahí, acurrucada, con los ojos cerrados, dejando caer las lágrimas, hasta lograr reconciliarme con mi pena antigua, y ocurrió que esto llegó a ocurrir, se me concedió un amoroso espacio para resolver el conflicto conmigo misma, y ahora tú me cuentas que le has gritado ayer a tu marido, le has insultado mientras salía por la puerta, huyendo de esa furia que perturba en ocasiones tu entendimiento, reconoces que no tiene nada que ver con él, es muy buena persona, pero no puedes evitar que la vida te saque a veces de quicio y lo pagas con el que está más cerca, te pusiste entonces a jugar en el suelo con tu pequeño, de cuatro años, tratando de que remitiera la angustia y el niño, deteniendo el juego, con el dedo índice levantado, te dijo: una cosita, mami... no se dice "estúpido", y yo, que ya sé que llorar desconsolada y con rabia no sirve para nada, me dispuse a procurarte tal consuelo, las dos nos miramos en silencio después de un rato, ya sin lágrimas y un poco más sabias, reconfortadas ambas por nuestra mutua compañía, sin un ápice de rencor, revitalizadas por nuestra propia energía creativa, somos mujeres, capaces de generar vida de mil maneras distintas, y juntas, aunando nuestras fuerzas, previamente sintonizadas en la frecuencia del amor, ¿de qué no seríamos capaces?