lunes, 30 de enero de 2017

Deliciosa insensatez

La hija "siempre conveniente" que fui ha abandonado mi espacio vital.
En la actualidad- una vez que mis padres han pasado a formar parte de la supramente- dispongo de un organismo a través del cual puedo manifestar una fascinante, inadecuada y permanente insensatez. 
Concibo mi actual enfermedad como un conjunto de inteligentes acuerdos de cooperación entre mis células.
Un hombre corpulento, de mirada bondadosa, colocó el otro día ante mí un par de sillas para que yo hablara con un determinado tipo de linfocitos que en estos momentos proliferan por mi sangre.  
Lo hice, hablé con ellos. Me dijeron que danzara internamente conmigo. No comprendí muy bien a qué se referían, pero al salir de ese lugar, caminando hacia la playa, observé el reflejo del sol en la superficie del agua y al ver aquél divertido y ágil movimiento de cientos de pequeñas luces supe que era esa la danza que debía diseñar en mi interior.
Como no podía ser de otra manera (dado que existe la sincronicidad- término que Jung acuñó para referirse a la unión de los acontecimientos interiores y exteriores) un amigo me prestó unos días después unas revolucionarias gafas cuya emisión de rayos láser le ayuda a mi cerebro a recordar de qué material está hecha la verdadera alegría.   
También me he comprado una botella que estructura el agua. Antes de beber la muevo un poco- dicen que a ella le gusta ese alegre zarandeo.
 (Nieves, eres bióloga, ¡por Dios!, ¿de verdad te crees estas cosas?)

Desestimando estas voces buitres, continúo mi actual existencia aceptando toda proposición que me haga sonreír, dado que mi cuerpo libra una dulce batalla contra el miedo.
El más allá se filtró hacia aquí, desestructurando criterios, nociones y pareceres.
Es tiempo de juego y sorpresas.