lunes, 18 de abril de 2016

¡Bendita música!

Voy caminando al atardecer por la Gran Vía. Hay tanta gente avanzando en ambas direcciones que casi me deprimo si me paro a pensar en lo poco original que soy al elegir dónde pasar una tarde de domingo.
De repente, se escucha un saxofón. Entre el ruído casi infernal del tráfico y unos cuantos miles de personas, suenan unos bellos acordes de saxo. Una hermosa melodía que no viene a cuento, porque a cuento solo venía caminar deprisa, y esas bellas notas me han hecho aminorar el paso y detener el pensar. El músico resulta ser un hombre alto y atractivo que parece japonés.
Cuando deposito varias monedas en el recipiente que se encuentra a sus pies, me sonríe con una leve inclinación de cabeza y en su oriental mirada percibo una dulzura que no acertaría a describir aunque me empecinara en hacerlo. Surge entonces una corriente eléctrica que comienza en la base de mi columna vertebral y asciende de golpe hasta la corteza cerebral que es la que percibe el arte.
Como no podría ser de otra manera, me enamoro inmediatamente de este hombre, con un amor tan puro que enseguida abandona mi cuerpo y pasa a expandirse por el aire, fundiéndose en las notas de ese "my way" de Frank Sinatra que pasamos a escuchar los que tenemos la dicha de estar aquí, en este momento, en presencia de un enviado de alguno de esos cielos que nos han sido prometidos si somos buenos.