martes, 8 de octubre de 2013

Método de fuga del infierno

Con mucha vehemencia exclamas: "Doy fe de que existe el infierno" y a mí me hubieran producido cierto espanto tus palabras si no fuera porque después de haberlo visitado con asiduidad (llegué a hospedarme en él durante largas temporadas) he logrado encontrar un método de fuga.
Te lo cuento porque sin ir más lejos, estuve por ahí hace un par de días, me dio por sumirme en cierta pegajosa melancolía y sin esfuerzo alguno me vi, sin más, en las tinieblas.
Una vez dentro, cuesta mucho salir (parece como que alguien tirase de tus piernas hacia abajo), pero entrar es muy sencillo: un par de pensamientos destructivos, doblar el cuello bajando la cabeza hasta mirar al suelo, la espalda algo curvada, el gesto hosco, y ya estás allí.
Esta vez conseguí de nuevo abandonarlo, mostrándoles a otros la puerta de salida. Empecé a emitir con cierto entusiasmo, un conjunto de afirmaciones positivas referentes a su persona, ya he probado este método más veces, y cuando consigo convencerles de que estoy en lo cierto, es decir, si logro que desistan de su papel de víctima y sean capaces de producir de nuevo en su cerebro ciertos neurotransmisores responsables del gozo de vivir (producción que se había visto interrumpida debido a su viaje al interior de las tenebrosidades) si esto ocurre, uno tras otro se van marchando del averno. Y yo, que aún me encontraba en su interior, viendo la puerta abierta, decidí salir corriendo.
Mientras estas letras escribía hoy, más o menos a mitad del último párrafo, me detuve unos momentos para avanzar un poco en la comida que estaba preparando para este día y un traidor cuchillo ha efectuado cierto movimiento alrededor de uno de mis dedos de la mano izquierda. Concluyo por tanto este texto con la otra mano y aprovecho para
recordaros el poder de ese lado oscuro que acaba de rebanarme el dedo, jajaja... (no le gusta nada que uno dé pistas para largarse del mismo)