jueves, 3 de octubre de 2013

Cerrando puertas

Dicen que cuando una puerta se cierra, se abre otra de inmediato. Es bonita la frase, te da cierta esperanza, y sin embargo no te acabas de fiar, con disimulo pones un tope en el suelo y dejas la puerta de siempre un poco entreabierta, casi pegadita al marco, que parezca cerrada pero que en realidad no lo esté, para poder volver a entrar por ella, si es necesario.
Como dice Jose María Doria: Un firme adiós sin resentimiento ni rechazo a ese "más de lo mismo".
¿Qué tal si cerramos las puertas que nos conducen una y otra vez a lo "ajado"?
Hay frases que utilizamos por inercia y hasta a nosotros mismos nos dan grima (puede que incluso sean herencia de nuestros padres). Y ciertos pensamientos, repetitivos y machacantes que nos dejan extenuados. O relaciones marchitas que no dejan espacio disponible para el asombro que conlleva una amistad nueva y refrescante.
Y esos objetos que guardas desde hace años que te van anclando al pasado, por eso algunas veces la vida te pesa tanto.
Y el miedo a no decir lo que sientes por temor al rechazo y al abandono, sentimientos que a fuerza de negarse van abandonando tu espacio vital, con lo que cabe la posibilidad de que te conviertas en un extaño ante ti mismo.
Y esa ropa que nunca te gustó pero te costó cara y hay que gastar por lo tanto, aunque el niño instintivo y campechano que llevas dentro, se sienta triste y decepcionado. Hay prendas que no son tuyas, con ellas te sientes un extraño, y ocupan demasiado espacio en tu armario.
Y una verguenza tóxica que te impide manifestarte tal como eres y reprime el natural movimiento de tu cuerpo, porque en el mundo que tú has creado no está permitido hacer el tonto, pero tu ser anhela (sin que tú seas consciente) bailar en cualquier momento, de forma espontánea, haciendo los movimientos que a ti te diera la gana.
¿Y esa cara de aflicción cuando no te está mirando nadie?. A solas contigo, ¿no te amas?