martes, 19 de septiembre de 2017

¡Ay, amor!

Al entrar en la farmacia esta mañana vi a un bebé en su cochecito y me di cuenta de que tenía cierta desviación en la mirada, sus ojitos no miraban en la dirección correcta. Debía tener unos tres meses.
Sentí mucha ternura pero le olvidé al cabo de unos segundos enfrascándome en la compra de un cepillo de dientes y un dentífrico para la sensibilidad dental.
Al salir me encontré de nuevo frente a él; su mamá le había colocado unas gafitas azules, redondas, de concha. Estaba allí, tumbadito con sus gafas, tratando de enfocar el mundo. Hubiera llorado un rato si hubiese ido acompañada, no sé por qué me emocionó tanto la escena. Creo que sentí en mí misma el amor de esa madre. Y agradecí la existencia del óptico que fabrica tal miniatura de gafas. Me conmovieron de igual manera la indefensión del bebé y mi propia compasión.
En los últimos tiempos no he tenido más remedio que mostrarme vulnerable. Y ante mi fragilidad ha surgido todo el amor que he podido necesitar. El amor siempre está ahí, todoabarcante. Cuando uno disuelve su armadura, irremediablemente aquél inunda todo tu ser.