lunes, 9 de junio de 2014

Celebración

No estaba invitada a la fiesta. Aún así se presentó acompañando a su marido y a su hija.
Cuando llegó nos miramos de arriba abajo, con cierto disimulo.
Por esta mujer mi familia dejó de serlo para convertirse en un grupo de tres almas a la deriva.
Ella eligió al hombre que resultaba ser el padre de mis dos hijos, y en el nuevo orden que ambos establecieron, sobraba yo.
Ahora, unos años después, nos sentamos una al lado de la otra en el jardín de mi casa.
No hay pasado en mi mente. No hay emociones tratando de arruinar este momento.
Su niña apoya la cabeza en el hombro de mi hijo.
Creí ser nada sin él y resultó que en su ausencia, entre llanto y llanto, fui sumando identidad a mi persona y la que hoy se sienta al lado de su mujer es más valiente, y puede que también más generosa.
-¿Qué estamos celebrando?- pregunta él.
No hay un motivo en concreto- le respondo.
Sería muy largo de contar el tremendo viaje que realicé yo desde el infierno de la soledad hasta este preciso instante. Se esfumaron el dolor y la nostalgia.
No porque le sustituyera a él, más bien porque reemplacé a la víctima que fui por otra que es capaz de apreciar y aceptar la vida tal como es.
Esta misma vida fue la que me enseñó a sentirme digna.