martes, 27 de enero de 2015

LE PREGUNTÉ AL VIENTO

Hay algo en mí que evoluciona, casi siempre a batacazos y a trompicones, pero ese no sé qué, se mueve y me transforma.
A pesar de mí misma, voy siendo otra. ¿Dónde está el pesimismo?, esa capa oscura que pesaba más que una manta de lana mojada. La llevaba encima, sobre los hombros, creyéndome protegida. Se fue deshaciendo. Se rompía, y yo, ya no remendaba los agujeros que en otro tiempo hubiera tratado de zurcir para mantener incólume esa vestimenta que le mostraba al mundo mi desacuerdo, mi rebeldía contra una falta de amor que experimentaba como una condena. Culpables, casi todos, por no saber cómo tratarme, cómo admirarme, cómo escucharme, cómo salvarme... Ese atuendo marrón oscuro casi negro gritaba por mí. Al aire. A nadie.
¿Cómo ayudarme? Le hice esa pregunta al viento, que en ese momento soplaba cerca. "No te pongas tan seria"- me contestó airado, deshaciendo mi peinado.
-Es que estoy enfadada y si dejo de estar seria, nadie se entera- le contesté, metiéndome en casa.
Si dijo más no me acuerdo. Lo que escuché fue suficiente. ¿Mi seriedad era una puesta en escena?. En lugar de hacer pucheros, ¡pobre niña incomprendida! me mostraba taciturna y formal. Sobria. Reflexiva. Seca.
¿Si le sonrío al mundo, cambiarán las cosas? le pregunté esta vez a un árbol. Fue la copa la que habló, mientras me apoyaba en su tronco: "Para eso se creó la sonrisa"- dijo él, moviendo con suavidad las hojas.
La tercera pregunta se la hice al silencio: ¿Me ayudarás a tener paz? Surgió el sonido de un piano y un poco después el silencio contestó: "que tus palabras y tu voz sean música"...
Gracias.