sábado, 4 de enero de 2014

Al otro lado del espejo

Algunas veces (otras no) la vida me da permiso para colarme al otro lado del espejo. No es que me coloque detrás, es que lo atravieso.
Allí no hay un allí, tampoco un ir y venir. El espacio es infinito pero no cabe la menor duda. La luz no crea sombras porque no necesita disimular. Las palabras danzan ante mi sin intención de comunicar nada, danzan por el simple placer de disfrutar bailando. Me voy escurriendo de mi personalidad, dejando embaladas las emociones, hasta mi regreso. Tres billones de recuerdos se agolpan queriendo desfilar con sus mejores galas, yo compasiva les dedico cierta atención y enseguida me instalo de nuevo en el "ahora mismo".
No tengo miedo a despertar porque no estoy dormida. Loca de atar pero inmensamente libre salgo de un laberinto en el que no recuerdo haber entrado, ¡es divertido!, parece no haber nadie y sin embargo nunca me senti en tan buena compañía. Voy alcanzando cima tras cima sin mediar ni una sola fase de descenso. No caminan las piernas, transmigran las células. Toda cantidad decidió elevarse al cubo y la abundancia se colocó a mi lado con la intención de forjar una amistad duradera. Voy al más allá y nunca regreso porque no hay después. Me dan a elegir como quiero pasar el resto de mi vida y en una centésima de segundo decido que no es necesario decidir. Se flota sin agua y sin aire, sé que es flotar lo que experimento porque la ingravidez me va contando de qué está hecha. La risa se está riendo a carcajadas y de repente no estoy segura de si soy yo o es ella. En este lugar, sin cirios, velan por todos y cada uno de nosotros. Todo es mejor que nada, siendo esta nada ya perfecta.
Al otro lado del espejo nadie escribe versos, porque todo es poesía.