viernes, 2 de mayo de 2014

A los tres años todos brillábamos

Decía Mandela: "...Y cuando permitimos que nuestra propia luz brille, inconscientemente le damos permiso a los demás para que hagan lo mismo".
A los tres años todos brillábamos. Decía un niño de esa edad: "Quiero dormir con los ojos abiertos para no perderme nada"...
Yo recuerdo tener prisa por jugar a todo. Y recuerdo la sensación de disfrutar de la presencia de cualquiera, me gustaba el mundo, y los bichos y todas las cosas. Me gustaba en especial mi propia compañía cuando cada movimiento de mi cuerpo era una caricia al aire. Cuando era divertido el tiempo (mucho antes de ponerse tan serio) sin un yo pensante, me entretenía y gozaba del vivir.
Tú me hablas de un niño de tres años que un día de carnavales quiso vestirse de gitana con un traje de faralaes y una enorme flor en la cabeza. Me cuentas que a pesar del miedo al qué dirán, la madre le puso el traje y esa criatura movía la cola con gran desparpajo, como si hubiera nacido para bailar una soleá.
Dicen que si un niño percibe algo que los adultos no pueden detectar y le recriminan por ello de alguna manera, aprende a cerrar ese canal.
Crecemos cerrando canales de frecuencia elevada y la luz se va apagando hasta el punto de encontrar siempre motivos para estar fastidiados.
Teo, un compañero de trabajo de metro ochenta de estatura me dijo hace unos días después de escuchar una de mis charlas: "Yo de pequeño quería ser campanilla"
Campanilla puede hacer que otros vuelen espolvoreándoles "polvo de hada".
Dices que amas la lluvia y sin embargo te proteges con un paragüas cuando llueve. (Bob Marley)
Dices que quieres ser feliz pero tal vez tengas que ir espolvoreando polvos de hada para lograrlo.