martes, 12 de febrero de 2013

¡Qué simple, pero qué difícil!

Dedicí hoy, de madrugada, comenzar una vida nueva.
La bondad se mostró ante mí, con humildad, sin aspavientos, y resolví abrazarla.
Llevaba algún tiempo observando que merodeaba por mi casa, pero no acababa yo de estar segura de querer franquearle la entrada.
Ayer lloré delante de alguien, no era mi intención hacerlo, más bien al contrario, quería conferir gran seriedad a mis palabras, estaba tratando de hacerle ver a esta persona que con su comportamiento de la semana anterior, me había desacreditado delante de mis alumnos, pero las lágrimas surgieron sin más al poner en palabras mis sentimientos y sentí que al hacerlo le estaba abriendo al fin la puerta a esa beningnidad que tanto bien puede hacerle a mi agitado espíritu.
Conocía el significado de la palabra bondad, solo restaba incorporarla a mi vida como cualidad principal, eliminando del número uno de la lista de prioridades, la imperiosa necesidad de reconocimiento ajeno, circunstancia que me impedía ser sencillamente buena.
Más de medio siglo he necesitado para aceptar este hecho.
¡Qué simple y qué difícil es lograr lo más sencillo!